Combatir el
terrorismo requiere precisión. Y no sólo me refiero al
preciso funcionamiento
del Estado de Derecho: aludo también al
preciso uso del lenguaje. El libro del
que hoy me ocupo cumple esa característica, y por eso merece aplauso y
reconocimiento. ¿Su título?
Terrorismo y antiterrorismo en el mundo
contemporáneo (editorial Debate). ¿Su autor?
Pedro
Rivas Nieto.
Pilar Ruiz Albisu es una admirable mujer. Su lucidez y coraje han brindado grandes
enseñanzas cívicas a todo aquel que haya querido aprenderlas. La madre de los
Pagaza (quien tuvo que sufrir el asesinato de su hijo Joseba a manos de ETA) se
lo dijo a Patxi López con nitidez: "Harás
y dirás más cosas que me helarán la sangre, llamando a los cosas por los
nombres que no son".
Esa frase
sintetiza uno de los más esenciales propósitos que puede desempeñar quien haya
decidido defender los derechos y libertades de la ciudadanía… frente a la
amenaza, la extorsión, el acoso y el asesinato. De la frase, como se observa,
emana un ejemplar compromiso
democrático: llamar a las cosas por su nombre; nombrar la realidad como es
justo hacerlo. Y eso es lo que encontramos en la obra de Rivas.
Si la cuestión
semántica adquiere su relevancia ante cualquier campo, más aún
en el caso del terrorismo. De hecho, la
faceta propagandística del terrorismo configura un requisito auténticamente
definitorio. Por eso es tan sustancial detectar las trampas que cierto lenguaje encierra. Hay un lenguaje mendaz que será
manejado de forma intencional por los terroristas y sus cómplices; y que muchas
veces será también empleado (aunque sea de forma inconsciente) en escenarios
que pasan por ser ajenos al terrorismo.
A la hora de
informar sobre el terrorismo, el libro se ocupa de varias pautas que ayudarían
al ejercicio profesional del periodismo. Por ejemplo, recomendación válida no sólo para periodistas, sino también para otros múltiples actores de la vida pública: a los terroristas hay que tratarlos “como
lo que son, y no como lo que aspiran a ser” (pág. 142). Los terroristas no
son resistentes, ni insurgentes, ni gudaris, ni libertadores… ni patriotas
amantes de su pueblo, su cultura o su tierra.
El eufemismo, uno de los grandes arsénicos
para la práctica informativa, adquiere en estos terrenos su vertiente más
corrupta. Si el periodismo que se presta a enmascarar la realidad
desnaturaliza su razón de ser, cuando ese enmascaramiento se cierne sobre el
sanguinario terrorismo, el disfraz y la pamplina se vuelven directamente
ignominiosos.
A su vez, “el terrorismo es lo que son sus
actos, y no sus discursos” (págs. 144-145). Ni caben torticeras “posturas
melifluas”; ni cabe la putrefacta “equidistancia” entre víctimas y verdugos; ni
cabe esa abyecto “neutralismo” donde el despistado cree (y el sinvergüenza
simula) estar ejerciendo la imparcialidad.
Son muchos los usos inapropiados del
vocablo terrorismo. Que existan conductas y violencias que merecen todo
repudio, no implica que deban ser contempladas como tipologías de lo que no son
(de ahí el desacierto de expresiones como “terrorismo financiero”, “terrorismo
vial”, “terrorismo medioambiental”…). Ni
siquiera la RAE clarifica con rigor el concepto: “dominación por el terror”
(primera acepción) y “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir
terror” (segunda acepción) son dos vagos acercamientos, que desde luego no
posibilitan puntualizar el fenómeno con solidez, tal y como advierte el autor (pág. 32).
Y si fundamental
resulta desenmarañar equívocos léxicos y conceptuales, decisivo también se vuelve el buen engranaje de los frentes “político”,
“policial” y “judicial”. El documentado análisis de esos pilares configura
otra sobresaliente virtud de la aludida publicación.
El libro, en su
colofón, se detiene en esos
comportamientos tan supuestamente cándidos... como inmorales. Los ingenuos
biempensantes acaban siendo (aunque no lo pretendan) palmeros de la estrategia
terrorista. La búsqueda de la paz (otro término inadecuado cuando estamos hablando de terrorismo) les hará
incurrir en numerosas perversiones: el olvido de las víctimas (ese segundo asesinato de naturaleza social); la ausencia de victimarios (todos pasan a
ser igual de culpables e igual de inocentes); el establecimiento de una verdad oficial que permita edificar el futuro (haciendo tabla rasa y
falseada del pasado); la negativa a que existan vencedores y vencidos (es
decir, la negación de la Justicia y de los principios más cardinales del Estado
de Derecho); o el afán por negociar con los terroristas (ese “error
fatal” al que el autor también dedica un brillante epígrafe).
Estamos, en
definitiva, ante un muy reseñable trabajo. Un trabajo donde el
terrorismo (acérrimo enemigo de la democracia) se contempla como corresponde:
sin mitificaciones ni nocivos ambages. Estamos
ante un autor que apuesta por ofrecer… los nombres que SÍ son.
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artículo también publicado en el blog personal de Tribuna de Salamanca (1-5-2013).