sábado, 14 de noviembre de 2015

Savater contra los fanáticos


 El fanatismo presenta múltiples ropajes: políticos, religiosos, identitarios, etnicistas… o de cualquier otra naturaleza. Podría emanar de todo tipo de proclamas (atroces y asesinas, o incluso sensatas y cabales), puesto que el desbarre fundamentalista no siempre reside en las convicciones defendidas; y sí en las prácticas adoptadas para defenderlas.

Ese ogro está vivo y coleando. Colea para matar, para envilecer, para reprimir. Colea para aterrorizar. Los atentados de París vuelven a recordarnos la descomunal excrecencia del fanatismo. Y conviene no olvidarlo: la deriva integrista (en nombre de lo que sea) ni está circunscrita al pasado, ni obligatoriamente pilla lejos, ni es patrimonio en exclusividad de los terroristas.

Un ejemplo que corroboraría esto último. Este verano se publicó que una joven había muerto ahogada, porque su padre no permitió que los socorristas llegaran a tocarla. Ese padre no era terrorista (ninguna información apuntaba en ese sentido) y supongo que ese padre querría mucho a su hija. Pero lo cierto es que quiso más a su doctrina; y prefirió verla morir antes de que viviese con lo que él habría considerado una inasumible mácula. El balance parece claro: la chica falleció ahogada, mientras que el fanatismo, en pleno 2015, evidenciaba seguir tan a flote

La nómina de fanáticos, pues, es bastante abarcadora. Fernando Sávater lleva décadas combatiendo el fanatismo. Su penúltimo ensayo lo aborda de manera expresa, adentrándose para ello en un pensador que fue también paladín de ese combate.  De ahí Voltaire contra los fanáticos (Ariel, 2015).

La divisa del fanático vendría a ser “piensa como yo, o muere”, “cree lo que yo creo, o te haré todo el daño que pueda”, “asume lo que yo te digo, o perecerás”. Planteamientos parejos (en distintos grados, pero similar esencia) son más habituales de lo que resultaría reconfortante. Por eso el fanatismo no es un mero recuerdo histórico. Está vigente en la actualidad, y a veces lo encontramos bien cerca: al otro lado de la esquina, incluso, de nuestro propio carácter.

Lo decisivo del fanático no es tener una creencia que defiende con fervor. Lo definitorio del fanático es considerar que su creencia ha de ser una obligación para los demás. El fanático buscará imponer su credo, convencido de estar haciendo no sólo una gran labor, sino la única labor que debe hacerse.

“Si la persona humanista y civilizada pide las cosas por favor”, el fanático “las exige por pavor”, sintetiza Savater. Es así de triste. Y es así de constatable. El fanatismo, como el cartero de la película, suele llamar dos veces. La primera para embaucarte; y la segunda, si lo hubieras desoído, para silenciarte o terminar contigo.

“La única arma que existe contra este monstruo es la razón. La única manera de impedir a los hombres ser absurdos y malvados es ilustrarles. Para hacer execrable el fanatismo no hay más que pintarlo”, escribió Voltaire. Ciertamente, desenmascarar la fanática vileza es prioritario. Y para ello, estimular el ejercicio racional se convierte en requisito imprescindible.  

Apuesta Savater por una razón “atrevida” (para desligarse de tutelas acríticamente aceptadas) y “modesta” (para acatar los límites que a todos nos envuelven). Desde luego, conoce Savater de lo que escribe, y practica de lo que habla. Con arrojo, pero también con humildad, Savater nunca se esconde. En su encomiable trayectoria ha sabido estar al frente: sin escondites ni disimulos, y asumiendo severos riesgos, mientras otros se ponían de perfil.

El coraje democrático y la valentía cívica de Savater, junto a su tono desenfadado, ameno y divulgador, configuran algo más que una forma de escribir: es un estilo de vida. El mejor antídoto frente a cualquier empeño fanatizador.

El parisino Voltaire fue (y es) un referente contra el fanatismo. Tarea que no está acabada, y cabe temer que nunca se acabará por completo. Por eso corresponde seguir librando esa batalla. En ese cometido siempre nos ayudará un ejemplar defensor de la ciudadanía: un donostiarra universal que se llama Fernando Savater.   

twitter: @osanchezalonso
 
 
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artículo también publicado en ¿HAY DERECHO? (blog sobre actualidad jurídica y política), el 15-11-2015.
 
 



sábado, 7 de noviembre de 2015

viernes, 6 de noviembre de 2015

Luna, publicidad, poesía


Un gran poema “no es el inventario de un tesoro, sino una forma de desenterrarlo”. Un auténtico poema no es el que nos habla de la luna, sino el que consigue que “nunca más podamos mirarla como lo hacíamos antes” (Benjamín Prado, 7 maneras de decir manzana).
Siempre me pareció muy certero ese apunte de Prado. El anuncio navideño de John Lewis me ha hecho recordarlo. Y el anuncio evidencia, también, que la poesía encuentra múltiples ropajes, formatos y cauces.
El discurso publicitario nunca ha renunciado a la poesía. Por eso siempre ha existido publicidad que nos hizo mirar de otro modo... para ayudarnos a ver lo que no veíamos

twitter: @osanchezalonso