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“¿Qué es para vosotros un héroe?”, pregunta el personaje de Ariadna Gil a sus alumnos. “¿Alguien que no se equivoca nunca? ¿O a lo mejor alguien que no se equivoca justo en el único momento en que uno no puede equivocarse? ¿Es el héroe un superhombre? ¿O es solo un hombre corriente? A lo mejor es alguien cuyo comportamiento es ciego y arriesgado… O como dice John Le Carré, hay que tener temple de héroe para ser, sencillamente, una persona decente”.
El fragmento corresponde a la película Soldados de Salamina: película dirigida por David Trueba que se apoya, como es sabido, en la homónima novela de Javier Cercas. Ha sido inevitable recordar este pasaje al leer el artículo que firmaba Rosa Díez el pasado lunes: “San Jorge y el dragón”.
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Citando a Chesterton, Díez subrayaba la importancia de que los niños fuesen conscientes de que sus “ilimitados terrores”… tienen límite. Y ese aprendizaje (imprescindible para cualquier edad) nos abocaba a un determinado concepto de héroe. Héroes que nada tienen que ver con las mitificaciones ni los poderes sobrenaturales (por eso son valiosos y contemporáneos). Héroes que requieren de poco aspaviento y parafernalia (por eso merecen la pena).
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Los héroes que se desprenden del artículo (como los héroes hacia los que apuntaba la película citada) son, sin más, ciudadanos: nada más que ciudadanos, pero nada menos que eso mismo. Ciudadanos `optimo iure´. Ciudadanos en el sentido más pleno de la palabra. Ciudadanos dispuestos a ejercer como tales. Ciudadanos implicados. Ciudadanos con coraje democrático suficiente… como para plantar cara al abuso, al desenfreno y al desbarre.
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Por todo ello quiero también rememorar una intervención de Gorka Maneiro. Hace cosa de un mes, el Ayuntamiento de San Sebastián (comandado por Bildu) denegó a UPyD la posibilidad de tener uno de sus habituales debates en la calle. Al final, tras el correspondiente recurso, a UPyD le dieron un emplazamiento diferente al inicialmente solicitado. Un emplazamiento con hostiles connotaciones, pero lo cierto es que el acto acabó celebrándose. Quizá los Bildu presupusieron que agitar fantasmales sábanas lograría intimidar a las convicciones democráticas. Quizá los Bildu no contaron con que haya partidos dispuestos a defender cuestiones tan básicas como que a los demócratas no se les puede apartar, de manera sectaria, de la plaza pública.
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En ese encuentro cívico y de calle, el parlamentario vasco de UPyD apuntaba algo de enorme sensatez: “Este no es un acto heroico. No es un acto valiente. No es un acto extraordinario. Este es un acto normal. Porque normal es (o debería ser) hablar de política. No somos valientes ni heroicos. Somos, simplemente, ciudadanos comprometidos (…), que seguimos pensando que la política y el compromiso público es la mejor manera de servir a los ciudadanos y buscar el interés general”.
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Así de sencillo, así de verdad. Tanto los espectros de afán totalitario, como los espectros a quienes les hubiera gustado convertir la democracia en un chiringuito caciquil y clientelar, saben –desde las elecciones del 20N- que hay un millón ciento cuarenta mil doscientos cuarenta y dos ciudadanos… dispuestos a no conformarse frente al deterioro democrático. Ciudadanía consciente de que los “ilimitados” espectros (incluso los “ilimitados” fantasmones)… tienen límite.
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[Artículo publicado en Tribuna de Salamanca, 30-11-2011].
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