“(…) y el silencio no sabe,/ amedrentado,/ imponerle su voz
a tanto estruendo”. Parecería que Gilabert Ramos escribió este verso, hace
años, para describir los mutismos gubernamentales que nos envuelven.
Rajoy es así. Utiliza la callada como cayado. Y se sirve del
callar… para ir cayendo. Lástima que en esa caída, no es sólo que caiga él
(tanta paz llevare como descanso podría dejar), sino que hace caer el prestigio
de las instituciones; y hace caer los intereses del conjunto de la ciudadanía;
y hace caer la solvencia de este lastrado sistema democrático.
Con la que está cayendo, en la calle, calla. Y con la que
está callando, cuanto cae… cae más fuerte. Pero a Rajoy no le preocupa. Eso no
va con él. Él, total, tan sólo es presidente del Gobierno; y él, total, tan
sólo está al frente de un partido cuyas cuentas las ha manejado durante 28 años
un tipo que puede tener unos 50 millones de euros en Suiza. Bagatelas.
Quien ose pedir explicaciones por estas minucias (o por el
hecho de que al famoso tesorero le haya estado pagando el PP hasta enero de
este mismo año; o por el hecho de que el PP negara que seguía trabajando allí, a pesar de que se pudo comprobar que Bárcenas mantenía secretaria, despacho y coche;
o por el hecho de Rajoy le escribiera cariñosos mensajes telefónicos cuando ya
se sabía que el tal Luis tenía dinerales absolutamente incompatibles con su
profesión legal [mensajes como “yo estaré ahí siempre”, “sé fuerte”, “nada es
fácil, pero hacemos lo que podemos”, etc]), quien ose pedir explicaciones
por estas insignificancias –decía- pasará a ser un irreverente desestabilizador
con ganas de causar mal. Ésa es la sesuda lectura que se ha venido propagando
desde los círculos peperos.
Las obras completas de Rajoy (publicadas en plasma y SMS) ya
nos lo advirtieron: la tranquilidad “es lo único que no se puede perder”. Así que ahí
está el estadista: manufacturando cuajo, confeccionando cemento armao… y exportando
pachorra al por mayor. Da gloria verlo.
Y si grimosa está siendo la actitud de don Mariano, qué
decir de sus palmeros. ¡¡Fantásticos!! Dentro de esa pléyade de palmeritos,
fanes, hooligans y claques, se ha defendido que era sumamente nocivo que Rajoy
acudiese al Congreso a dar explicaciones sobre la barcenagada. Puesto que al
final va a acudir (decisión revestida de voluntariedad), los defensores de la
milonga tendrían que estar enfadadísimos con el presidente, temiendo el ingente
daño que va a causar su comparecencia.
Tal enfado sería lo lógico. Pero el afán partidista les hace
perder la lógica, probablemente porque el sectarismo, antes, les hizo perder la
vergüenza. De modo que los supuestos enfados se ausentan por su brillo. Los entusiastas
del paripé elogian a rabiar la talla política del preboste popular: ayer
porque no iba; y hoy... porque anuncia que va a ir.
Estas son las mimbres que caracterizan buena parte de la
cultura democrática-mediática que nos rodea. Cambian las cabeceras, cambian los
líderes de opinión… pero el baboseo que desempeñan es el mismo que (con
Gobiernos de otro signo) ejercieron otros medios, ejercieron otros contertulios,
y ejercieron otros columnistas.
A pesar de toda esa sarta de voceros, esta vez, el silencio
“amedrentado” de Rajoy no ha podido “imponerle su voz a tanto estruendo”. Rajoy
tendrá que hablar: ha buscado un formato que le facilita escurrir el bulto, y
ha buscado unas fechas que le posibilitan mayor disimulo. Pero tendrá que
hablar. Mal que le pese, y aunque PP y PSOE llevan muchos años erosionándolo, estamos
en un sistema parlamentario.
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artículo también publicado en el blog personal de Tribuna de Salamanca (24-7-2013).