John
Berger escribió: “Las
huellas no son sólo lo que queda cuando algo ha desaparecido, sino que
también pueden ser las marcas de un proyecto, de algo que va a revelarse”.
Intentemos extrapolar a la política española.
Las huellas que ha dejado el
bipartidismo reinante son innegables. Ahí está su gloriosa contribución a la
hecatombe. Pero esas huellas no sólo
muestran el rastro de lo que pasó, sino que anticipan los pasos de lo que volverá
a pasar, si no se remedia.
Prueba de ello es cómo PP y PSOE de nuevo se han repartido (con
`diurnidad´ y alevosía) el Consejo General del Poder Judicial. Entran como
paquidermos en cacharrería. Y en este último pisoteo de la división de poderes,
nacionalistas e IU se han prestado al reparto con alborozo. Es algo que debiera
avergonzarles, pero nadie se inquiete: la
conciencia del duunvirato y su comitiva ya ha hecho callo [“Tratan a España
como si fuera su cortijo”, había apuntado sobre este tema Rosa Díez].
PP y PSOE han acabado
encontrándole morbo a saltarse principios básicos del funcionamiento
democrático. La traición al Estado de
Derecho forma ya parte de la idiosincrasia del duopolio. Vulnerar la división de poderes es un
ejemplo, pero el listado va siendo inagotable: desde vejar con contumacia el principio de `una persona, un voto´; hasta mancillar de manera mezquina el más mínimo
principio de transparencia [“El Gobierno despacha en siete líneas 20 preguntas sobre Bárcenas”: para más inri, 20 preguntas que Rajoy ya había
dejado sin respuesta cuando compareció a regañadientes en el Congreso].
No van a faltar cómplices
para que el tifón prosiga su destrozo. Este tifón de avasallamiento democrático
no es una catástrofe natural e imprevista. Este
tifón ha contado con sus putrefactos protocolos de actuación. Y esos
protocolos hacia la ruina (ruina no sólo económica) disponen de ejecutores,
pero también de comparsas y colaboracionistas.
Recientemente, Irene Lozano daba cuenta de esa
“oligarquía política, económica y mediática” que se frota las manos ante una
cacareada recuperación. Mientras no olvidemos que la recesión es distinta de la
crisis y de la creación de empleo, resultaría comprensible alegrarse. Sin
embargo, lo lamentable es que en esa sobredimensionada recuperación vuelva a
encontrar asidero el inmovilismo. Lo penoso es que el establishment busque así
perpetuar su poder, su casta y su privilegio. Lo infecto es que la propagandística recuperación sea,
como advertía Lozano, “el cerrojo a
todas las ansias de democracia”.
Los intereses creados y
creídos tienen ya todo dispuesto. Todo dispuesto para empecinarse en que
volvamos a creerles. Si no lo remediamos, volverán
por sus fueros cual golondrinas becquerianas: “Volverán los oscuros trapicheos / en tu balcón sus nidos a colgar”; “Volverán
las tupidas corrupciones / de tu jardín las tapias a escalar”; y así, en
ese plan, suma y sigue.
El oligárquico chiringuito
ha dejado sus huellas. Esas pisadas no son sólo vestigio de un naufragio
pasado. Esas pisadas son la estela por
la que desean proseguir quienes encuentran, en ello, su (sin)razón de ser.
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artículo también publicado en el blog personal de Tribuna de Salamanca (20-11-2013).