sábado, 22 de diciembre de 2012

Obviam(i)ente


Quizá la RAE, algún día, acepte nuevos adverbios. Serán aquellos con el verbo mentir ya incorporado. La novedad supondría un gran ahorro lingüístico para el lenguaje político. Por ejemplo, ante el penúltimo fraude del actual Gobierno, diríamos: “Rajoy obviam(i)ente sobre la revalorización de las pensiones”; al igual que con el Gobierno anterior podríamos haber señalado: “Zapatero evidentem(i)ente en torno a la situación económica”. Y etc, etc, etc. 

Las legislaturas de unos y otros ofrecen un surtido catálogo de la falsificación. Este verificable apunte no es una anécdota desligada de la categoría. La mentira permite testar la higiene democrática. O para ser más precisos: las tragaderas hacia el engaño posibilitan calibrar la salud de una democracia. Cuatro apreciaciones, cuando menos, se desprenden del matiz:

1. no siempre estamos ante una mentira (en el sentido literal de la palabra); ahora bien, puede que nos encontremos ante un burdo engaño, propiciado por engañifas varias: desde el bullshit o la charlatanería, hasta la ocultación y el enredo, pasando por el eufemismo, la tergiversación, el humo… y su cortina; 
2. que haya políticos que recurren a la mentira es nocivo y despreciable; ahora bien, que el aparato institucional apenas depure responsabilidades (fruto de unos deficientes mecanismos de control y contrapeso), retroalimenta la gravedad;
3. que haya políticos que recurren a la mentira es nocivo y despreciable; ahora bien, que buena parte de la ciudadanía se haga cómplice de la farsa y evidencie su sectarismo (despotricando ante las falsedades del adversario, mientras ratifica con su voto al falsificador de sus amores), retroalimenta la gravedad;
4. que haya políticos que recurren a la mentira es nocivo y despreciable; ahora bien, que ciertos medios informativos desprecien la veracidad de los hechos y se configuren en servil felpudo de unos u otros intereses (aguardando así la contraprestación por los favores prestados), retroalimenta la gravedad.
Cuando el simulacro ha echado raíces de tal envergadura, pintan bastos. Y cuando ese enmascaramiento (causa y también consecuencia) llega entrelazado a una tenaz crisis política, económica, ética… el paisaje se vuelve muy turbio.

La regeneración democrática requiere de bastantes cosas. De muchas. Pero por lo pronto, requisito sine qua non, la regeneración democrática pasa por ahí: por “desterrar esos hábitos perniciosos” de la simulación y el embuste, tal y como explicaba el diputado Martínez Gorriarán en este artículo.

Termino. La metástasis de la superchería amenaza la democracia. Obviam(i)ente. 

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artículo también publicado (19-12-2012) en el blog personal de Tribuna de Salamanca.