domingo, 16 de mayo de 2010

La realidad no está prohibida (aunque el bipartidismo siga sin enterarse)

La responsabilidad de nuestros gobernantes y oposicionistas es tanta, que unos y otros llevan tiempo rebozándose en el espejismo.

Los espejismos presentan un ligerísimo inconveniente. Una diminuta e insignificante dificultad: su inexistencia. Salvada esa nimia objeción, los delirios siempre han tenido gran aprovechamiento propagandístico.

En los regímenes totalitarios, el delirante discurso oficial no admite réplica. Toca aceptarlo de forma sumisa y paciente: la población súbdita traga con él creyéndoselo a pies juntillas, y a los clandestinos disidentes les toca guardar silencio, si no quieren sufrir las correspondientes represalias de los burócratas mandamases.

En los sistemas democráticos, la tentación de la entelequia también persiste, pero no es costumbre que se convierta en práctica asentada e institucional. En España, sin embargo, aflora. Me temo que por estas tierras, la entelequia es política de Estado. Una dinámica tan acomodada en nuestro devenir político, que se proclama con todo cuajo en campaña electoral, y se pregona sin mayor rubor a lo largo de la legislatura.

Asimismo, hay un punto en el que enarbolar quimeras deja de ser una anecdótica ingenuidad, para pasar a ser burda patraña. Falacia que sólo busca enmascarar los hechos, eludir las responsabilidades, y contribuir a la maquinaria del despiste, la ocultación y el embotamiento.

La enajenación, que el bipartidismo sociopopular pregona con desparpajo, requiere de un sostén imprescindible: la complicidad de quien la escucha, la complicidad de quien la aplaude, la complicidad de quien la vota. El fenómeno no ha sido extraño en la política española. Ahora, y durante las mayorías parlamentarias que han venido disfrutando socialistas y populares, no ha escaseado la second life política. Entretanto, y con entusiasta alborozo, las interesadas invenciones han sido convenientemente jaleadas por la respectiva claque de cada cual.

Un patio de butacas alabardero facilita la chusca interpretación. No puede sorprender que sea el tipo de auditorio que gusta a los malos intérpretes (incluidos, claro, los políticos). Pero como es obvio, las ensoñaciones partidistas no deben ser confundidas con lo real; y los hechos (también los desagradables y poco vistosos, también los molestos y poco electoralistas) no desaparecen por ser encubiertos.

"La realidad debería estar prohibida", nos enseñaba Almodóvar en La flor de mi secreto [se adjunta secuencia]. Se esté o no de acuerdo con ese supuesto deber estar, la realidad se empeña en seguir existiendo. Tozuda y vanidosa, la realidad no claudica ante tal tipo de prohibiciones.

Como el cartero, lo real siempre llama dos veces; y cuando se ignora su llamada, persiste en aporrear. En ocasiones -mira por dónde-, la puerta se viene abajo.


Coda 1: El pasado día 12, en el Congreso, Zapatero anunció unas medidas que rectifican, de raíz, cada uno de esos dogmas que ha venido reiterando hasta el hartazgo. Que le tocase enmendar la política y la pose que ha abanderado durante más de dos años, no se debe a un inminente avatar que acontece de forma imprevista y azarosa. Por supuesto que no. Durante más de dos años, el presidente del Gobierno prefirió desoír una realidad que podía haber sido diagnosticada. Desoírla (a través de la negación, el maquillaje, el disimulo o el amordazamiento) no supuso que la realidad desapareciese. Desoírla conllevó, tan sólo, que esa realidad incómoda... hiciera más cruentas sus incomodidades.

Coda 2: En esa misma sesión del Congreso, Rajoy aconsejó a Zapatero que llamase "a las cosas por su nombre" y que admitiese "la realidad". Bien está. Bien está que así fuera; mejor estaría que así sea; preferible ha de ser que se aplique el cuento. Rajoy insiste en que no se le entendió cuando recientemente salió a defender a Camps con aquello del "diga la justicia lo que quiera". Ya se sabe: que si el fuera de contexto, que si las inferencias erróneas, que si el zumba, que si el dale. Pero lo cierto es que el PP también ha optado por eludir otra realidad embarazosa. Esa realidad en la que el sonriente Camps vuelve a estar imputado... mientras sigue impertérrito en su cargo. La sonrisa del presidente valenciano se ha vuelto mueca, y su mueca suscita bochorno.

sábado, 8 de mayo de 2010

Lo que nos diferencia (a quienes abanderamos `lo que nos une´)

"El problema que Díez quizá tenga que afrontar pronto, como Clegg, es el de demostrar que es tan distinta como quieren creer quienes apuestan por ella", escribía Ignacio Camacho en los arranques de la campaña británica.

Pues bien, ciertamente, algunos sí creemos que existe esa distinción. Y para demostrar que tal creencia no es un mero acto de fe, ofrezcamos algunas pistas sobre por qué el proyecto de UPyD puede -con nitidez- distinguirse del resto de la oferta política. El listado exhaustivo de puntos no cabría en un artículo de naturaleza periodística, pero me conformaré hoy con ir esbozando algunas pistas, a las que se dará continuidad más adelante.

UPyD abandera, desde su nacimiento, "lo que nos une". Algo que diferencia a este partido respecto al paisaje político hegemónico. Un paisaje en el que la tabarra diferencial marca la pauta, y las murgas identitarias (revestidas de nacionalismo, regionalismo, localismo) son el abc de la política al uso. Ya sólo esto serviría para distinguir a UPyD frente a todos los partidos etnicistas que por ahí abundan, pero también, ya sólo este rasgo permitiría distinguir a UPyD de un PSOE y un PP que dejaron hace tiempo de ser nacionales.


Las obsesiones electoralistas hacen que los dos partidos mayoritarios vayan cambiando en cada sitio su discurso... en función de cuál sea el electorado al que se dirigen. Y a todo ello suele sumarse la presencia de los respectivos barones: esos asombrosos próceres de la territorialidad, ante los cuales, las cúpulas centrales de los partidos eluden dejarse algún pelito en la gatera. Prefieren dejar hacer, antes que asumir un supuesto coste electoral. Y sus cuentas (las de los votos en clave partidista, no las de la macro y microeconomía), hasta ahora les han venido saliendo. Con esas miras, la demagogia y el ombliguismo del terruño han ido retroalimentando unas dinámicas que no conocen fácil freno.

En las elecciones generales de 2008, además del tiempo récord en que reunió candidaturas para todas las circunscripciones, UPyD fue el único partido que concurrió en toda España bajo las mismas siglas. De ahí se desprendía una premisa que ha seguido sosteniéndose: la defensa del mismo discurso para el conjunto de la soberanía. Un mismo discurso, con independencia de que resultase más o menos simpático defenderlo en un lugar u otro; y con independencia, pues, del rédito electoral que supusiese reafirmarlo aquí o allí. Se evitaba de esta forma la tentación (perversa y dañina tentación) de subordinar el interés general a cada uno de los intereses particularistas.

Si lo dicho es un rasgo caracterizador de UPyD, no puede decirse lo mismo respecto a PSOE y PP. Dos ejemplos recientes: (a) la actitud que el PSOE de Zapatero viene manteniendo frente al PSC de Montilla; (b) la actitud que el PP de Rajoy mantiene ante el PP de Camps.


Montilla, día a día, hace sus esfuerzos para rivalizar en nacionalismo con CiU y con ERC. Mientras asegura no querer "presionar" al Constitucional, anda con sus misivas a entidades y ayuntamientos de Cataluña, para que se sumen a su reivindicación de que el TC se declare incompetente a la hora de sentenciar sobre el Estatut. Ante este tipo de ademanes (que ya no suponen sorpresa en el PSC), llama la atención que el PSOE -con todas sus siglas- asienta, trague y justifique.

Y por lo que a PP se refiere, más de lo mismo, y fenómenos parejos. Cómo no recordar, por no ir más lejos, esa lección que Rajoy ha sabido brindar el pasado día 6. El pobre, tan rehén del PP valenciano, llega al sonrojo de apostar por Camps... con independencia de lo que pueda decir la justicia. Ole, ole. Se ve que el código ético del partido, sobre el que tanto hablaron, vuelve a precisar alguna enmienda.

Ayssssss. No es ya sólo que los dos grandes partidos hayan perdido el más mínimo sentido de Estado. Es que han renunciado a buscarlo. Insistentes y tozudos, se empeñan a diario en demostrarlo. [continuará]