"¿Has visto que le han dado el Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa?", pregunta la mujer a su pareja. La respuesta del sujeto es inmediata: "¿Él es de derechas o de izquierdas? Lo digo para saber si alegrarme".
El diálogo emana de una viñeta. Una viñeta de Ricardo (El Mundo, 8-10-2010, pág. 3) que en modo alguno es gratuita caricatura. El fondo del diálogo habrá rondado la cabeza de no pocos. Los hay que no logran salir de ese dual esquematismo. Pobrecillos.
Para algunos, el mundo tan sólo se estructura en izquierdas y derechas. A partir de ahí, a partir del etiquetado que ellos han repartido de forma unilateral, las personas, las ideas, las medidas, los indicadores, las obras, los proyectos... automáticamente pasarán a ser buenos o malos. Plausibles o detestables en función de la divisa ideológica que ellos mismos han ido asignando. No les pidas un análisis racional que sustente su juicio. Será suficiente que aquello que están juzgando lleve la etiqueta de sus amores o de sus odios.
Desde esas premisas, como es lógico, el sesgo está servido; y el maniqueísmo macera en la cocina. Cuando la racionalidad escasea, poco bueno puede esperarse. Y lamentablemente, así tiende a suceder dentro de la democracia española. Para empezar, porque los dos partidos mayoritarios que nos han caído en suerte, acostumbran a rebozarse en esa dinámica del sectario etiquetado: para oponerse a algo les bastará que la iniciativa haya sido propuesta por la bancada oponente (salvo en aquellas cuestiones donde entran en juego los intereses partidistas de su común y compartido chiringuito... en esos casos, ahí sí, votarán en perfecta sintonía). Se deduce de todo ello que sepamos el resultado de las votaciones parlamentarias antes de que se hayan votado; y antes, incluso, de que hubiera llegado el momento de debatirlas. ¡Donde esté el etiquetado, ay, que se borre todo argumento! Así nos va.
Hay un partido que se propuso, desde su aparición, romper con esa torticera dinámica. Un partido que, en su propio Manifiesto fundacional, se atrevía a decir que "los ciudadanos no nacen siendo ya de izquierdas o de derechas ni con el carnet de ningún partido en los pañales". Un partido que ha renunciado al simplón etiquetado de izquierda-derecha, y que prefiere hablar de progreso. No se trata de mero maquillaje terminológico, sino que el ajuste encierra su razón de ser.
El concepto de progreso se puede definir de manera bastante más precisa y racional que las otras abstracciones. Dicho con brevedad, contribuirá al progreso aquello que combata la tiranía, la miseria y la ignorancia. Se requiere, pues, algo más que colocarse el dedito a la altura de "la ceja", y algo más que hablar de "las chuches" y "la niña". Propiciará progreso aquello que favorezca una mayor libertad en la ciudadanía, aquello que más y mejor logre liberarla de los resortes esclavizadores que han sido enunciados.
Sin la noción de progreso (cosa distinta a ciertas posturitas... y a ciertos posturitos vacíos de todo contenido) imposible resulta plantearse el saneamiento democrático, que tan imprescindible sigue siendo. Pero a su vez, ese partido aludido también añade algo más: que ni aquellos personajes o movimientos catalogados como izquierda ni aquellos otros catalogados como derecha presentan el monopolio del progresismo o de la reacción. Por ilustrar la idea con despreciables autócratas: que tipos como Videla o Castro, como Pinochet o Ceausescu, como Franco o Chávez... se ubiquen en tradiciones ideológicas diferentes, es algo que resulta bastante secundario. Lo sustancial es que estamos ante grimosos tiranos de preclaro comportamiento reaccionario. Dictadores que, por muy distintos que se creyesen entre sí, se parecen como dos gotas... de fanática intransigencia.
En consecuencia, tocará ir analizando propuesta a propuesta, y será el análisis racional de las mismas el que pueda determinar si nos encontramos ante una iniciativa de progreso... o ante una iniciativa manifiestamente reaccionaria. Y a esa conclusión no se llega porque las siglas de éstos o aquéllos tengan ningún pedigrí ni porque dispongan de un supuesto Rh ideológico. El pogreso, como el movimiento, se demuestra andando: se demuestra en función de lo que se dice y en función de lo que se hace... No por la cuna que le brinden tales o cuales siglas.
Ese partido al que aludo, ese partido que apuesta por la racionalidad, se llama Unión Progreso y Democracia (UPyD). Un partido transversal ideológicamente, y superador de esos etiquetados que habitualmente tan sólo sirven para ser empleados como arma arrojadiza (con los ajenos) o como caricia babosa (con los propios).
El hecho de que UPyD escape a esas simplezas maniqueas, explica que inquiete a quienes todo lo ven desde el prisma izquierdoso-derechista. A todos éstos les incomoda que haya un partido que descoloca sus prejuicios, y que dificulta sus torpes encasillamientos. Qué se le va a hacer. A algunos, con UPyD, les pasa lo que al personaje de la viñeta le ocurre con Vargas Llosa.
Por cierto. Desde el mismo nacimiento de UPyD, el flamante Nobel de Literatura viene dándole su apoyo. Y lo hace en función de razones y argumentos (a modo de ejemplo, aquí puede seguirse la intervención de Vargas Llosa en la presentación oficial del partido, el 29-9-2007). Ya que muchos medios han pasado de puntillas por este dato (algunos de puntillas... otros, incluso, levitando), no está de más recordarlo.