viernes, 26 de septiembre de 2014

Mi país se corrompe lo normal


Algunos estudiosos indican que la corrupción que se vive en España es equiparable a la de otros países de su entorno. Vienen a decir que si nos pusiéramos a comparar cifras, índices, variables y estadísticas, observaríamos un nivel “normal” de corrupción.

A mí me cuesta comprender este tipo de afirmaciones. No estoy diciendo que quienes realizan ese diagnóstico estén justificando la corrupción. Tan sólo muestro mi perplejidad, puesto que medir la cantidad de corrupción no nos lleva al meollo del asunto.

Por una parte, porque la cantidad de corrupción detectada no nos clarifica la corrupción inadvertida. Pasa algo parecido a lo que sucede con el narcotráfico: los alijos de droga requisados no son el todo de la mercancía entrante.

Pero a su vez, convendrá subrayar que lo prioritario no es lo cuantitativo (cuánta corrupción aflora), sino lo cualitativo (si funcionan o no los contrapesos democráticos que permiten detectar esa corrupción; y qué respuesta institucional y electoral se le brinda a la corrupción, una vez que ésta ha aflorado).

Dicho de otra forma. Dado que lo peor no es la corrupción, sino su impunidad, la mayor alarma debiera brotar cuando constatemos (a) impunidad de origen, (b) impunidad penal y (c) impunidad en las urnas:

(a) si en un país han sido erosionados los mecanismos de control y vigilancia (los clásicos checks and balances que caracterizan a toda democracia que se precie), habrá un porcentaje alto de corrupción que ni siquiera llega a visualizarse;

(b) si en un país la corrupción acaba saliendo gratis desde el punto de vista judicial, eso denotará el correspondiente deterioro de las instituciones, eso denotará que falla la división de Poderes, eso volverá a denotar, en definitiva, el mal funcionamiento del Estado de Derecho;

(c) si en un país la corrupción es votada en las elecciones, eso evidenciará que parte de la ciudadanía ha querido hacerse cómplice de tales manejos. La culpabilidad no será la misma, pero la responsabilidad (en tanto que ciudadanos) nos alcanza a todos.

En consecuencia, cabe desmontar esa supuesta “normalidad” que algunos atisban. Aunque el número de casos de corrupción estuviera en parámetros “normales” (entre comillas); no puede ser “normal” la existencia de agujeros negros en los que la corrupción resulte inescrutable; y no puede ser “normal” que la corrupción resulte impune en los tribunales; y no puede ser “normal” que la corrupción sea amparada por el partido en el que surgió; y no puede ser “normal” que la corrupción sea votada con el bochornoso alborozo que ha venido votándose. Esos fenómenos paranormales de la política han sucedido, desde luego, en España.

Hace unos años, Miguel Lorente publicó un libro que lleva por título Mi marido me pega lo normal. El título refleja ese testimonio de tantas y tantas mujeres que por desgracia habían asumido el maltrato como algo natural y comprensible.

Igual que toca seguir dando la batalla para que nunca (en modo alguno y bajo ninguna circunstancia) pueda percibirse con “normalidad” la violencia machista; también toca seguir dando esa otra batalla referida a la corrupción.  

Frente a la idea de que “mi país se corrompe lo normal” (y “la democracia se desmorona sin excesos”; y “el Estado de Derecho se derrumba… pero poco”), frente a esas tristes renuncias, también cabe algo más que dejadez, pasividad e indiferencia.

Y por cierto. La corrupción política es más, mucho más, que meter la mano en la caja. Seguiremos al habla. 


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artículo difundido/publicado en esRadioTribuna de Salamanca (23 y 24 de septiembre de 2014).

domingo, 14 de septiembre de 2014

Libre te quiero


Está escrito, en el pasado, por García Calvo. Está olvidado, en el presente, tantas y tantas veces. 

La música popularizó hace años esta letra. Su mensaje, vigente siempre, sigue estando a menudo en el olvido: en muchas partes del mundo, y en nuestra sociedad más cercana. 

Quien no te quiere libre, en modo alguno te está queriendo. Tan obvio... como obviado.