jueves, 29 de agosto de 2013

Una palabra vale más que mil tópicos


Parecía, pero no era. Agosto nos ha brindado la foto de dos atletas rusas cuyo beso en el podio fue interpretado como un acto de reivindicación y denuncia. Luego resultó que no.

La errónea lectura de la foto desmonta, por sí sola, ese manido dicho de que "una imagen vale más que mil palabras". El falaz tópico es un absurdo soniquete. Hay imágenes muy valiosas, por supuesto. Y hay palabras que también. Presuponer que, por definición, toda imagen va a valer más que las palabras, resulta tan prejuicioso como presuponer la operación inversa.

El cliché, en su simpleza, olvida que las palabras también son creadoras de imágenes: de imágenes mentales. Ponemos rostro a los personajes de una novela que estamos leyendo con intensidad; o, por ejemplo, cuando estamos escuchando un pasaje radiofónico bien cuidado, dibujamos la escena en nuestra cabeza a partir de palabras (y efectos, y silencios, y músicas) que hayan sido empleadas con destreza.

Un último caso, por no alargarnos en exceso: "Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar". Por mucho casting ocular que se realice, no habrá ojos que estén a la altura de los que fotografía José Hierro. Además de la sinestesia, lo inconmensurable de sus palabras escapa al gran angular, y no cabe en ningún objetivo.

Ese verso posibilita que cada receptor diseñe e imagine los ojos que han sido trazadosLa imagen que llegue de fuera resultará, en comparación, decepcionante. Cuando no son los que estamos soñando (o cuando no son aquellos que alguien nos ha hecho soñar a través de su palabra), por hermosos que sean unos ojos... no se escucha el mar al contemplarlos.

¿Quiere todo ello decir que la palabra obligatoriamente va a valer más que mil imágenes? Pues no, ya se dijo: ni una primacía ni la otra. Dependerá de qué imágenes; dependerá de qué palabras. Si alguien pretende jerarquizar entre unas y otras, dígame cuáles, y ya intentaremos decirle cuándo.

La imagen de las atletas rusas requería pie de foto (al menos si apostamos por una información superadora de las ensoñaciones). Los ojos verdes de Marta no se agotan en una instantánea, puesto que cada destinatario hará uso de su particular e imaginaria polaroid. No podría ser de otro modo... cuando el fotógrafo se llama José Hierro.