miércoles, 18 de noviembre de 2009

El "murito", dicen algunos

No sólo existe grimoso cantamañanismo que acaba justificando un régimen totalitario que le cae simpático (la entrada anterior, la del 10 de noviembre, intentaba ilustrar esta tipología). También existe torticera pamplinada que acaba banalizando un régimen totalitario... con el que supuestamente comparte poco.

Dado que no tenía a Juan Manuel De Prada por un entusiasta bolchevique, enmarco en esa segunda posibilidad sus alusiones al "murito" (Abc, 9-11-09, p. 11). Como si le resultase imprescindible para desembocar en las premisas que intenta defender, el autor no duda en su desdén. Se ve que encuentra muchísima originalidad y talento en esa displicencia con la que pretende referirse al derribado Muro de Berlín. El gracejo es así: algunos creen tenerlo a borbotones, y les cuesta limitar la elocuencia de su garbo.

¿Qué tal sonarían los "muritos de Mauthausen"? ¿Y los "muritos del Gulag"? ¿Y los "muritos de Auschwitz"? Y si dijésemos las "camaritas de gas" o los "hornitos crematorios", ¿qué tal? ¿Se incrementaría esa megasuperingeniosísima perspectiva que suponemos darle al escrito? Deduzco que algunos así lo piensan.
Esos logros que achaca a la "nueva tiranía" ("no es otra que aquélla que despoja a los seres humanos de su capacidad de discernimiento moral"; "han extraviado la capacidad para discernir lo que es justo y lo que es injusto"), quizá el autor debiera autocontemplárselos.

Junto a los negacionistas de unas u otras sevicias, están también los que las justifican y comprenden, envolviendo en su paño caliente lo que hacen pasar por inevitable. [La acertada columna de Elvira Lindo (El País, 11-11-09) recoge unos cuantos ejemplos a este respecto. Los aludidos, molestos con Lindo, se apresuraron a replicar; y Santiago González (en su post del día 14) contrarreplica a los replicantes, incorporando argumentos donde tan sólo existía el apasionamiento de los dogmas].
Pero no queda ahí la cosa. A negacionistas y comprensivos se añade ese perfil del achicador: achicadores de la vergüenza, achicadores que banalizan. El "murito", dice De Prada. Especialmente, claro, porque él no estuvo dentro. Será por eso que se permite frivolizar con el achique.

martes, 10 de noviembre de 2009

Dictadorzotes y dictadorcitos

Pueden establecerse matices entre regímenes totalitarios y regímenes autoritarios. Por supuesto. Pero no es ese tema el que ahora me ocupa. Tan sólo pretendo aludir a quienes vislumbran dictadorzotes malos y dictadorcitos simpáticos. Uno sospecha que esos señores del rigor y la tibieza no querrían irse a vivir ni con los primeros ni con los segundos... Pero claro, pregonar desde la distancia (en kilómetros o en años) posibilita algunas ligerezas.

Como es obvio, la distinción no se sustenta en otra cosa que no sea el sesgo maniqueo del riguroso. Así, los tiranos que caen bien al susodicho acaban por ser tratados con la normalidad con que se trataría a cualquier dirigente de corte democrático; e incluso, en un paso más de complicidad, se asumen los mismos vocablos insanos y tramposos que la dictadura en cuestión predica.

Todas esas prácticas contribuyen a disuadirnos de la auténtica naturaleza de los autócratas. Nos apartan de lo que son: calaña liberticida y asesina, infección coactiva y sanguinaria. Ésa es la categoría. A partir de ahí, como anécdota, aparentarán enarbolar una u otra ideología, como simularán moverse por una u otra causa. Da igual. Se envuelvan en los ropajes que se envuelvan, la putrefacción es su verdadera hoja de servicios; el único currículum que no debiera ahuyentarse del mensaje.

En esa labor de desenmascaramiento, es de agradecer el post que ayer editaba Arcadi Espada en su blog El Mundo por dentro y por fuera. A raíz del aniversario berlinés, Espada reparaba sobre dos páginas de El País dedicadas a la vida familiar y lectora de Fidel Castro. Nos invitaba a que sustituyésemos el nombre de Castro por el de Pinochet… ¡a ver qué pasa!

En ese camino, sirva también como ejemplo el vídeo que se adjunta. Se trata del informativo de madrugada en Tele 5 (21-10-04), en el que se recoge aquella aparatosa caída que tuvo el mandamás cubano. El titular que aparece en el sumario es el siguiente: “Cae Fidel, la revolución sigue”.
¡Fantástico! Prueben ahora a imaginar que quien hubiera tropezado fuese un cabecilla de Eta. Un suponer: “Cae Txapote, la revolución sigue”. ¿Qué les parece? ¿Es que acaso no considera Eta que su asesino proyecto es de lo más revolucionario?

Pues sigan poniendo ejemplos. Supongamos ahora que los del tropiezo son Hitler o Stalin, Pol Pot o Videla, Mussolini o Mao, Kim Jong-Il o Franco, Ceaucescu o Salazar, Massera o Honecker, Ahmadineyad o Hugo Chávez… Todos ellos pretendieron y pretenden revolucionar muchas cosas: sobre todo, insignificancias como los derechos y libertades de quienes les tocó y les toca sufrirlos. Si se estuviese informando de un accidental traspiés que tuvieran, ¿alguien osaría añadir que, a pesar del tropezón, sus respectivas revoluciones prosiguen?
Me gustaría pensar que no, en tanto que, para definir a esos personajes y regímenes, se me ocurren términos más justos y precisos que los revolucionarios. Me gustaría pensar que no, pero no deja de sorprenderme el esfuerzo de algunos (unos u otros) por tender puentes edulcorados hacia las autocracias que les resultan, al parecer... cordiales, amables y divertidas.
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domingo, 1 de noviembre de 2009

Dos no razonan, cuando de la sinrazón sacan provecho

Los dos partidazos que a día de hoy tienen más posibilidades de seguir desgobernándonos… nos brindan lecciones fantásticas y espectaculares: de fantástico sonrojo y espectacular bochorno.

Dentro de la gloriosa exhibición que vienen dando los dos partidos mayoritarios, reseñable es su indiferencia hacia lo que sucede en el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Esa indiferencia (como suele ser habitual en todas las apatías) resulta negligente e interesada. Por supuesto que no es una indiferencia arbitraria: ese inmovilismo socialista y popular evidencia el particular rédito que extraen para sus respectivas filas.

La instrumentalización partidaria transforma las instituciones en un penoso patio de mi casa. Un patio de mi casa, por definición, particular y partidista. Un patio de mi casa, claro, donde el interés general y la higiene democrática acaban brillando por su amordazamiento.

En esas derivas es cierto que también son otros partidos los que obtienen su ventajismo, pero si aludimos de manera específica a PSOE y PP, se debe a que mayor responsabilidad tienen a la hora de haber propiciado la befa que se apunta.

PSOE y PP dicen mostrarse muy preocupaditos por la calidad de nuestro sistema democrático. Bien está si así es. Mejor estaría que así fuera. Si pasamos de la palabrería a los hechos, podrá comprobarse cuánta preocupación veraz encierra su desvelo.

La calidad y eficiencia de un Estado de Derecho algo tiene que ver con que la división de poderes sea auténtica (y no simulacro), real (y no ficticia), verdadera (y no de apaño). Seguro que hasta PSOE y PP llegarían a estar de acuerdo en esto. Si les queda un rato entre exabrupto y exabrupto, si les queda un rato entre el dime y el direte con que intentan justificar lo injustificable de su labor gubernamental y opositora, es posible que hasta coincidan en la enunciación. Sin embargo, agotado el canto a la galería, observaremos que pronto se esfuerzan por volver a la lógica de sus andadas.

Disponer de una justicia independiente es requisito ineludible para que, cuando hablemos de democracia, no estemos nombrándola en vano. Y en consecuencia, que el mero interés partidista siga dirimiendo los nombramientos del CGPJ, no parece muy acorde con esas pretensiones democratizadoras con las que se le suene llenar la boca al bipartidismo reinante.

Ambos partidazos han tenido una reciente ocasión para mostrar cuánto de cierto hay en esa preocupación por la salud democrática de las instituciones. UPyD presentaba (Comisión de Justicia del Congreso, 29-10-09) una proposición no de ley para modificar el procedimiento que en la actualidad se sigue a la hora de designar a los miembros del CGPJ. La proposición trataba de frenar que el poder legislativo designe sin rubor a esos vocales, intentando evitar que endogamia y amiguismo sea aquello que determina el reparto de la tarta.

A día de hoy, recordemos, los vocales del CGPJ están así repartidos: 18 vocales fueron propuestos por PSOE y PP (¡no parece que la propuesta de los 9 y 9 fuera azarosa!), y los otros dos miembros fueron propuestos por CiU y PNV (¡tampoco aquí el azar fue desmedido!: Margarita Uría fue diputada del PNV desde 1996 a 2008; y Ramón Camp ha sido diputado de CiU en el Parlamento catalán legislatura tras legislatura, y también senador de CiU en el Senado, y también diputado de CiU en el Congreso…).
En fin, trayectorias más y menos relevantes entre esos 20 vocales, pero más allá de todo eso, la cuestión es que, de cara a configurar un órgano como el CGPJ, el partidismo quizá resulte un pelín excesivo, ¿no? Tanta independencia por doquier, tanta independencia a manos llenas... hacen que la división de poderes acabe convertida en esto.

UPyD estaba proponiendo, pues, una nueva fórmula de designación que superase lastres que han ido haciendo callo; y sobre todo, especialmente, hacía un llamamiento a que se afrontase con rigor esa reforma, en tanto que, de perpetuarse el actual modelo, la erosión democrática parece incontestable.

Los dos partidazos hicieron oídos sordos, y prefirieron desentenderse del asunto. Ellos están encantados de haberse conocido; y chapotean con alborozo en su “pacto por la Justicia”. Ya es lástima que estos dos partidos mayoritarios, cuando coinciden en algo, tiendan a coincidir en sesgos bastante poco edificantes.

PSOE y PP se esfuerzan en decirnos que no todos los políticos son iguales. Por supuesto que así es. Ni idénticos los partidos ni idénticos los dirigentes y afiliados que conforman cada sigla. No puedo estar más de acuerdo. Pero ese tipo de cosas, además de proclamarlas… se tienen que corroborar. Convendría que PSOE y PP pasen a demostrarlo. Todos los días habría ocasiones para ello.

La racionalidad, que sepamos, no tendría por qué ser erradicada del discurso público. Puede que dos no discutan cuando uno no quiere; pero es obvio que dos no razonan (ni siquiera cuando a ello les invita un tercero) si a ninguno de los dos les apetece. Dos no razonan, cuando de la sinrazón sacan provecho.