Dado que no tenía a Juan Manuel De Prada por un entusiasta bolchevique, enmarco en esa segunda posibilidad sus alusiones al "murito" (Abc, 9-11-09, p. 11). Como si le resultase imprescindible para desembocar en las premisas que intenta defender, el autor no duda en su desdén. Se ve que encuentra muchísima originalidad y talento en esa displicencia con la que pretende referirse al derribado Muro de Berlín. El gracejo es así: algunos creen tenerlo a borbotones, y les cuesta limitar la elocuencia de su garbo.
¿Qué tal sonarían los "muritos de Mauthausen"? ¿Y los "muritos del Gulag"? ¿Y los "muritos de Auschwitz"? Y si dijésemos las "camaritas de gas" o los "hornitos crematorios", ¿qué tal? ¿Se incrementaría esa megasuperingeniosísima perspectiva que suponemos darle al escrito? Deduzco que algunos así lo piensan.
Esos logros que achaca a la "nueva tiranía" ("no es otra que aquélla que despoja a los seres humanos de su capacidad de discernimiento moral"; "han extraviado la capacidad para discernir lo que es justo y lo que es injusto"), quizá el autor debiera autocontemplárselos.
Junto a los negacionistas de unas u otras sevicias, están también los que las justifican y comprenden, envolviendo en su paño caliente lo que hacen pasar por inevitable. [La acertada columna de Elvira Lindo (El País, 11-11-09) recoge unos cuantos ejemplos a este respecto. Los aludidos, molestos con Lindo, se apresuraron a replicar; y Santiago González (en su post del día 14) contrarreplica a los replicantes, incorporando argumentos donde tan sólo existía el apasionamiento de los dogmas].
Pero no queda ahí la cosa. A negacionistas y comprensivos se añade ese perfil del achicador: achicadores de la vergüenza, achicadores que banalizan. El "murito", dice De Prada. Especialmente, claro, porque él no estuvo dentro. Será por eso que se permite frivolizar con el achique.