Quizá la RAE, algún día, acepte nuevos adverbios. Serán aquellos con
el verbo mentir ya incorporado. La novedad supondría un gran ahorro lingüístico
para el lenguaje político. Por ejemplo, ante el penúltimo fraude del actual
Gobierno, diríamos: “Rajoy obviam(i)ente
sobre la revalorización de las pensiones”; al igual que con el Gobierno anterior
podríamos haber señalado: “Zapatero
evidentem(i)ente en torno a la situación económica”. Y etc, etc, etc.
Las legislaturas de unos y otros ofrecen un
surtido catálogo de la falsificación. Este verificable apunte no es una anécdota desligada de la
categoría. La mentira permite testar la higiene democrática. O para ser más
precisos: las tragaderas hacia el engaño
posibilitan calibrar la salud de una democracia. Cuatro apreciaciones,
cuando menos, se desprenden del matiz:
1. no
siempre estamos ante una mentira (en el sentido literal de la palabra); ahora bien, puede que nos encontremos ante un burdo engaño, propiciado por engañifas varias: desde el bullshit o la charlatanería, hasta la ocultación
y el enredo, pasando por el eufemismo, la tergiversación, el humo… y su cortina;
2. que haya políticos
que recurren a la mentira es nocivo y despreciable; ahora bien, que el aparato institucional apenas depure
responsabilidades (fruto de unos deficientes mecanismos
de control y contrapeso), retroalimenta la gravedad;
3. que haya
políticos que recurren a la mentira es nocivo y despreciable; ahora bien, que buena parte de la ciudadanía se haga
cómplice de la farsa y evidencie su
sectarismo (despotricando ante las falsedades del adversario, mientras
ratifica con su voto al falsificador de sus amores), retroalimenta la gravedad;
4. que haya
políticos que recurren a la mentira es nocivo y despreciable; ahora bien, que ciertos medios informativos desprecien
la veracidad de los hechos y se configuren en servil felpudo de unos u otros
intereses (aguardando así la contraprestación por los favores prestados),
retroalimenta la gravedad.
Cuando el simulacro ha
echado raíces de tal envergadura, pintan bastos. Y cuando ese enmascaramiento (causa
y también consecuencia) llega entrelazado a una tenaz crisis política,
económica, ética… el paisaje se vuelve muy turbio.
La regeneración democrática requiere de bastantes cosas. De
muchas. Pero por lo pronto, requisito sine
qua non, la regeneración democrática
pasa por ahí: por “desterrar esos hábitos perniciosos” de la simulación y el
embuste, tal y como explicaba el diputado Martínez Gorriarán en este artículo.
Termino. La
metástasis de la superchería amenaza la democracia. Obviam(i)ente.
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artículo también publicado (19-12-2012) en el blog personal de Tribuna de Salamanca.