El debate de investidura de Mariano Rajoy nos ha brindado aprendizajes. No todos reconfortantes, eso sí.
Rajoy no estaba ahí
para “cosechar aplausos”, dijo. Pero enseguida evidenció que prefiere las lisonjas de Alfonso
Alonso (portavoz de los populares en el Congreso), a las críticas argumentadas
y constructivas. Enseguida evidenció, incluso, que prefiere la impotente
oposición de Rubalcaba, antes –mucho antes- que las democráticas
reivindicaciones de Rosa Díez.
Vaya, vaya. Rajoy estará muy
sobradete con sus 186 diputados, pero le guste o no, por delante tiene una
legislatura en la que va a tener que aguantar a cinco diputados de UPyD. Aunque
se enfurruñe con UPyD tanto como ya lo ha hecho en la investidura, Rajoy tendrá que escuchar
incluso aquello que preferiría desoír: propuestas a favor de la regeneración
democrática, y propuestas para combatir la institucionalizada corrupción que no
parece preocuparle.
Rajoy contó aquello tan bonito de que para él no va a
haber “españoles buenos y españoles malos”, sino que seremos “todos iguales”.
Bien está. El problema surge cuando Rajoy nos clarifica su extraño concepto de
igualdad. Al parecer, una igualdad que no alcanza a las cuestiones electorales. ¡¡Minucias!!, pensará. A la hora de que el voto de los
ciudadanos valga lo mismo (con independencia del partido al que voten y con
independencia del lugar donde voten), a Rajoy se le marcharon pronto sus
preocupaciones por la igualdad.
Cabía temérselo, pero por desgracia, incluso antes de
alcanzar la presidencia del Gobierno, ya hemos corroborado la vigencia de ese brioso
mensaje que abanderó el PP en campaña: “súmate al cambio”, comentaban con
gracejo. Pues eso. Evidenciados quedan los `sumandos´.
Al igual que le pasa a Catalina con el arroz, aquellos
ciudadanos que aspiren a la igualdad de voto y a una mayor proporcionalidad que
la existente hoy en día, pueden aguardar con parsimonia. En su cruce dialéctico
con Rosa Díez, Rajoy insistió en que la ley electoral vigente le parece
“razonable”. Y el argumento del presidente resulta atronador: hubo una amplia mayoría
que la respaldó (mayoría configurada por dos partidos que salen clarísimamente
beneficiados por tal ley electoral), de modo que… ¡¡mejor no menealla!!
Pues eso. Por lo que se ha visto en la investidura, la
regeneración democrática y el combate de la corrupción no le interesan al señor
Rajoy. El nuevo presidente prosigue así la senda que viene sucediéndose a
lo largo de las legislaturas. Es la senda Cruz y Raya: ¡¡reformar pa ná… es
tontería!!
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Artículo también publicado en Tribuna de Salamanca, 21-12-2011.
Artículo también publicado en Tribuna de Salamanca, 21-12-2011.