miércoles, 1 de mayo de 2013

Los nombres que sí son



Combatir el terrorismo requiere precisión. Y no sólo me refiero al preciso funcionamiento del Estado de Derecho: aludo también al preciso uso del lenguaje. El libro del que hoy me ocupo cumple esa característica, y por eso merece aplauso y reconocimiento. ¿Su título? Terrorismo y antiterrorismo en el mundo contemporáneo (editorial Debate). ¿Su autor? Pedro Rivas Nieto

Pilar Ruiz Albisu es una admirable mujer. Su lucidez y coraje han brindado grandes enseñanzas cívicas a todo aquel que haya querido aprenderlas. La madre de los Pagaza (quien tuvo que sufrir el asesinato de su hijo Joseba a manos de ETA) se lo dijo a Patxi López con nitidez: "Harás y dirás más cosas que me helarán la sangre, llamando a los cosas por los nombres que no son".

Esa frase sintetiza uno de los más esenciales propósitos que puede desempeñar quien haya decidido defender los derechos y libertades de la ciudadanía… frente a la amenaza, la extorsión, el acoso y el asesinato. De la frase, como se observa, emana un ejemplar compromiso democrático: llamar a las cosas por su nombre; nombrar la realidad como es justo hacerlo. Y eso es lo que encontramos en la obra de Rivas.

Si la cuestión semántica adquiere su relevancia ante cualquier campo, más aún en el caso del terrorismo. De hecho, la faceta propagandística del terrorismo configura un requisito auténticamente definitorio. Por eso es tan sustancial detectar las trampas que cierto lenguaje encierra. Hay un lenguaje mendaz que será manejado de forma intencional por los terroristas y sus cómplices; y que muchas veces será también empleado (aunque sea de forma inconsciente) en escenarios que pasan por ser ajenos al terrorismo. 

A la hora de informar sobre el terrorismo, el libro se ocupa de varias pautas que ayudarían al ejercicio profesional del periodismo. Por ejemplo, recomendación válida no sólo para periodistas, sino también para otros múltiples actores de la vida pública: a los terroristas hay que tratarlos “como lo que son, y no como lo que aspiran a ser” (pág. 142). Los terroristas no son resistentes, ni insurgentes, ni gudaris, ni libertadores… ni patriotas amantes de su pueblo, su cultura o su tierra.

El eufemismo, uno de los grandes arsénicos para la práctica informativa, adquiere en estos terrenos su vertiente más corrupta. Si el periodismo que se presta a enmascarar la realidad desnaturaliza su razón de ser, cuando ese enmascaramiento se cierne sobre el sanguinario terrorismo, el disfraz y la pamplina se vuelven directamente ignominiosos.

A su vez, “el terrorismo es lo que son sus actos, y no sus discursos” (págs. 144-145). Ni caben torticeras “posturas melifluas”; ni cabe la putrefacta “equidistancia” entre víctimas y verdugos; ni cabe esa abyecto “neutralismo” donde el despistado cree (y el sinvergüenza simula) estar ejerciendo la imparcialidad.     

Son muchos los usos inapropiados del vocablo terrorismo. Que existan conductas y violencias que merecen todo repudio, no implica que deban ser contempladas como tipologías de lo que no son (de ahí el desacierto de expresiones como “terrorismo financiero”, “terrorismo vial”, “terrorismo medioambiental”…). Ni siquiera la RAE clarifica con rigor el concepto: “dominación por el terror” (primera acepción) y “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror” (segunda acepción) son dos vagos acercamientos, que desde luego no posibilitan puntualizar el fenómeno con solidez, tal y como advierte el autor (pág. 32).

Y si fundamental resulta desenmarañar equívocos léxicos y conceptuales, decisivo también se vuelve el buen engranaje de los frentes “político”, “policial” y “judicial”. El documentado análisis de esos pilares configura otra sobresaliente virtud de la aludida publicación.

El libro, en su colofón, se detiene en esos comportamientos tan supuestamente cándidos... como inmorales. Los ingenuos biempensantes acaban siendo (aunque no lo pretendan) palmeros de la estrategia terrorista. La búsqueda de la paz (otro término inadecuado cuando estamos hablando de terrorismo) les hará incurrir en numerosas perversiones: el olvido de las víctimas (ese segundo asesinato de naturaleza social); la ausencia de victimarios (todos pasan a ser igual de culpables e igual de inocentes); el establecimiento de una verdad oficial que permita edificar el futuro (haciendo tabla rasa y falseada del pasado); la negativa a que existan vencedores y vencidos (es decir, la negación de la Justicia y de los principios más cardinales del Estado de Derecho); o el afán por negociar con los terroristas (ese “error fatal” al que el autor también dedica un brillante epígrafe).

Estamos, en definitiva, ante un muy reseñable trabajo. Un trabajo donde el terrorismo (acérrimo enemigo de la democracia) se contempla como corresponde: sin mitificaciones ni nocivos ambages. Estamos ante un autor que apuesta por ofrecer… los nombres que SÍ son

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artículo también publicado en el blog personal de Tribuna de Salamanca (1-5-2013).