martes, 15 de mayo de 2012

Responsables, cómplices y deontología


"Uno puede ser partidario de la electricidad sin ser partidario de la silla eléctrica", apunta con tino Savater. También, cabe añadir, se podría ser partidario de la televisión… sin ser un entusiasta de todas sus derivas.
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¿Pero sobre quién han de recaer más metafóricas collejas cuando las cosas se hacen mal? ¿Sobre quien programa lo infumable… o sobre quien decide fumárselo de todas todas? O dicho de otra forma: a quién corresponde más culpa, ¿a la oferta o a la demanda?, ¿a las cadenas o a los telespectadores?
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Partamos de lo obvio (las obviedades, para que no sean obviadas, a veces corresponde recordarlas): quien decide emitir algo es responsable de aquello que se emite. Responsable para bien o para mal. Para ser acreedor de aplausos o convertirse en merecedor de abucheos. Responsable por antonomasia.
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Y ante esa premisa, sirven de poco los pretextos. Excusa resulta apelar al presupuesto disponible (los limitados recursos económicos no obligan a la putrefacción), y subterfugio es escudarse en que “la audiencia lo demanda” (que detrás de unos contenidos haya públicos mayoritarios o minoritarios es un condicionante cuantitativo: ni guarda conexión directamente proporcional con lo cualitativo, ni merma un ápice la responsabilidad de quien decidió programar esto o aquello).
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Una vez establecida esa primera y más básica responsabilidad (aquella que corresponde a la oferta), el catálogo de complicidades resulta nutrido. Y desde luego, entre esos cómplices, la demanda contribuirá a que los estándares de calidad crezcan o mermen.
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Una ciudadanía crítica y comprometida no dará su confianza a unos informativos manifiestamente sectarios (vaya el sectarismo en la dirección que vaya). Una ciudadanía exigente e inconformista, por ejemplo, tampoco otorgará su respaldo a un entretenimiento audiovisual grimoso y chabacano.
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Cuando la demanda eleva su listón de exigencia, la oferta (aunque solo fuese por razones de supervivencia empresarial) se ve instada a aumentar también sus umbrales. Como cabe deducir, la dinámica se retroalimenta en una u otra dirección (círculo vicioso o círculo virtuoso); pero no conviene equiparar todas las responsabilidades que confluyen.
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Supongamos: detrás de un espacio sexista, xenófobo, estúpido, falaz, insidioso, tergiversador, lo que sea… existe un programador que decidió apostar por el sexismo, la xenofobia, la estupidez, la falacia, la insidia o la tergiversación. Punto. A partir de ahí, qué duda cabe, existirán espectadores cómplices de todo lo dicho y espectadores que se apartan de tales manejos; pero eso jamás hará eludir la mayúscula responsabilidad de ese determinado programador.
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Miente quien al público juzga en vano, pues si dándole paja, come paja; siempre que se le da grano, come grano”. Así lo señala Iriarte. La reflexión del fabulista no es ley universal (el “grano” a veces se queda en el plato sin comer), pero buena parte de su apunte sigue conservando vigencia.
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Artículo publicado en Zapping Magazine, nº 7, 27-3-2012, p. 35.