En el Festival publicitario de Cannes, edición de 2002, un espot de las postales Hallmark se alza con el León de Bronce. En él encontramos al profesor Fowlett recogiendo de su despacho libros, enseres y recuerdos. Mientras guarda en cajas de cartón sus muchos años de ejercicio docente, recibe la visita de una antigua alumna. Se había enterado de su jubilación, y deseaba entregarle algo. Una sencilla postal en la que puede leerse: “¿Quién no ha plantado una semilla con la esperanza de que algo creciera? Quizá no recuerde todo lo que ha hecho, pero a su alrededor germinan semillas... y la gente florece. Lo sé. Soy una de ellas”.
El profesor Fowlett sonríe y recuerda el trabajo entregado por esa antigua alumna. El encuentro reconforta a los dos interlocutores. Ambos constatan que no todo resulta en balde: ella comprueba que un trabajo fin de curso, realizado con dedicación, no pasa inadvertido; y él observa que el buen magisterio, diseminado año tras año a lo largo del tiempo, tampoco cae en saco roto.
Gerardo Pastor Ramos, catedrático de la Universidad Pontificia de Salamanca, también se jubila. Abandona su cátedra, deja las aulas, pone fin a una ejemplar trayectoria académica, y nos regala este libro que ahora reseñamos: Psicología de la Comunicación y Educación en Valores (2009).
Las obras que aglutinan estudios originalmente concebidos como autónomos, a veces se encuentran un problema básico: la falta de unidad y coherencia interna. No se da aquí tal problema. Existiendo el reto, el libro sale airoso del desafío.
Precisamente, el libro aprovecha las ventajas que brinda su estructura. La brillantez aislada de cada estudio se ve enriquecida por el conjunto. El todo está ensanchando la parte, para acabar conformando un puzzle en el que cada pieza está dotada de mayor significación y relevancia.
El profesor Fowlett sonríe y recuerda el trabajo entregado por esa antigua alumna. El encuentro reconforta a los dos interlocutores. Ambos constatan que no todo resulta en balde: ella comprueba que un trabajo fin de curso, realizado con dedicación, no pasa inadvertido; y él observa que el buen magisterio, diseminado año tras año a lo largo del tiempo, tampoco cae en saco roto.
Gerardo Pastor Ramos, catedrático de la Universidad Pontificia de Salamanca, también se jubila. Abandona su cátedra, deja las aulas, pone fin a una ejemplar trayectoria académica, y nos regala este libro que ahora reseñamos: Psicología de la Comunicación y Educación en Valores (2009).
Las obras que aglutinan estudios originalmente concebidos como autónomos, a veces se encuentran un problema básico: la falta de unidad y coherencia interna. No se da aquí tal problema. Existiendo el reto, el libro sale airoso del desafío.
Precisamente, el libro aprovecha las ventajas que brinda su estructura. La brillantez aislada de cada estudio se ve enriquecida por el conjunto. El todo está ensanchando la parte, para acabar conformando un puzzle en el que cada pieza está dotada de mayor significación y relevancia.
Como ejemplo de lo apuntado. Frente a quienes recurren a la comunicación persuasiva con el propósito de maquinar sortilegios, el autor recuerda: “(…) los psicólogos sociales constatan cuan difícil resulta, de hecho, mudar las actitudes, opiniones, creencias y valores de las personas” (p. 35). Ese hecho (o su desconocimiento) no ha disuadido a líderes políticos y religiosos; a anunciantes de distinta naturaleza; ni a “gente normal cuya vida familiar y laboral está plagada de episodios cuyo propósito es cambiar las actitudes de los demás, ya sean hijos, parientes, amigos o compañeros” (p. 35).
Es más, la dificultad que el autor nos enuncia no impide que él mismo nos prevenga de prácticas persuasorias de “adoctrinamiento” o “indoctrinamiento” (p. 41, p. 56, p. 62); al igual que nos advierte ante el “sofisma”, la “mentira” y la “desinformación” (p. 64); o nos hace ver el “sutil” influjo de la ficción audiovisual, “mucho más eficaz en la transmisión de actitudes que los informativos” (p. 67).
El autor, pues, nos muestra la necesidad de ciertas cautelas ante el discurso mediático envolvente. Y lo hace en un aquí, y en un ahora. De hecho, las prácticas manipuladoras que han sido empleadas por variados totalitarismos, han sido bastante investigadas en el mundo universitario; “no tanto, en cambio, se ha remarcado la capacidad de indoctrinamiento, desinformación y seducción que ejercen hoy los medios en los regímenes democráticos (…)” (p. 64).
El libro, aun presentando un carácter ensayístico, no prescinde de virtudes que han caracterizado la faceta investigadora de Pastor Ramos: el rigor y la exhaustividad, el sólido aparato crítico, la ingente formación humanística, y el firme aval empírico. Cuando estos ingredientes resultan acompañados de una narración ágil, el cóctel resulta de grata y sugerente degustación.
Estamos ante una magnífica obra (incluido el certero prólogo de la profesora Teresa Sánchez) cuya publicación agradecerá su público lector. Sus lectores podrían estar vinculados a la Comunicación (política y religiosa; propagandística, publicitaria e informativa); como podrían también estar ligados a la Pedagogía, a la Teología o a la Psicología (de manera especial a la Psicología Social de la Comunicación Persuasiva).
Difícilmente puede nadie ser ajeno al hilo conductor que vertebra toda la obra: los valores difundidos, los valores persuasivamente comunicados, por los principales agentes de socialización de nuestro tiempo. Entre esos agentes socializadores, el autor incide en los Medios de comunicación, el Grupo de pares (amistades), la Familia, la Iglesia y la Escuela (p. 197 y p. 63).
Por cierto. Cuando se despiden, Fowlett pregunta a su ex alumna Hooper en qué había acabado convirtiéndose: “¿Asesora de inversiones?, ¿gurú en internet?...”. La respuesta de Hooper no se hace esperar: “Soy profesora”.
Es lo que tienen algunos sabios docentes: logran que el círculo se retroalimente, consiguen que el proyecto educador se ensanche, y nunca caen en el olvido. Su alumnado pasa a recordar, de por vida, el potencial que encierra la Educación; y el privilegio que conlleva, siempre, haberse topado con un maestro.
Alrededor de tales maestros... acostumbran a germinar “semillas”.
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