Aún no hemos salido. Hay casi 30.000 personas que ya nunca van a salir. Y, desde luego, el día que salgamos, si salimos, ni por asomo saldremos más fuertes.
Un poco de decoro, por favor. La publicidad institucional no puede causar tanta vergüenza ajena.
Y de esta campaña infame culpo al Gobierno que la lanza, no a los medios que la publican.
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A lo largo de los años hemos ido comprobando cómo distintas Administraciones (estatal, autonómica, provincial, municipal...), y estando al frente unos u otros partidos, han hecho un uso perverso de la publicidad institucional.
Ese ilegítimo uso de la publicidad institucional (recordemos, una publicidad pagada con dinero público) ha adquirido distintas formas. Entre otras, éstas:
1. publicidad institucional que alguien ha deseado confundir con publicidad partidista;
2. publicidad institucional que sirve para `premiar´ a los medios afines, y `castigar´ a los medios díscolos: alimentándose así el servilismo y gestando de esta forma unas lamentables redes clientelares; y
3. publicidad institucional tan absolutamente ridícula, inservible y falaz... que genera completo bochorno.