En el epílogo a El hacedor, Borges narra el empeño pictórico de un hombre: dibujar el mundo en su totalidad. A ello dedicó años, y "poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara”.
Así se las gasta el lienzo. A veces, tras una pintada, también aflora el autorretrato.