“Lo he intentado”, reza el
epitafio de Willy Brandt. Considero que sería un epitafio válido también para
Adolfo Suárez.
Ese mensaje implica voluntad y entusiasmo. Sin esos ingredientes
no habría auténtica tentativa. Y ese mensaje implica, a su vez, una imprescindible
y lúcida humildad.
“Lo he intentado” (aquel “Ich habe
es versucht” del canciller alemán) es un epitafio que ahuyenta
tentaciones de soberbia. Un epitafio que no se vanagloria de lo realizado (porque es
consciente de que toca seguir realizándolo); y un epitafio que no incurre en presuntuosas arrogancias (porque
en modo alguno se atribuye la obtención plena de resultados). Ese epitafio
es una lección vital… y una elección ante la vida.
El intento no presume la consecución. Pero lo
que no se ha conseguido en su totalidad no tiene por qué ser un demérito de quien trabajó por
conseguirlo. Lo que dejó de hacerse después (incluso lo que se hizo después para
estropear lo inicialmente hecho) no es culpa de quien comenzó a hacerlo.
Hay muchas cosas de nuestra democracia que requieren mejora. Hay mucha
reconciliación que todavía está por alcanzar. Todo ello es una obviedad. Sin
embargo, justo es reconocerlo: hubo personas que intentaron poner en marcha
el sistema democrático; y hubo personas que trabajaron de forma incansable por afianzar
esa necesaria concordia.
Entre esas personas, lugar bien preferente ocupa Adolfo Suárez: él lo intentó. Décadas después hace falta (mucha falta) que como sociedad estemos dispuestos a seguir intentándolo.
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artículo también publicado en el blog personal de Tribuna de Salamanca (26-3-2014).