Ha hecho mucho daño aquella conocida boutade de Tierno Galván: “Los programas electorales están para no cumplirlos”. Esa triste máxima reflejaba algo que había acontecido en la democracia española, pero a su vez barruntaba una de aquellas profecías que se cumplen a fuerza de formularlas.
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Muchos partidos aprendieron que esa voluntad de incumplimiento era lo normal; y muchos ciudadanos asumieron como aceptable ese fraude. Es decir, buena parte de la oferta y buena parte de la demanda se han puesto de acuerdo en aceptar, con sonrojante pachorra, reseñada anomalía.
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Entrada completa (publicada en Tribuna.net el 2-11-2011), aquí.
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