Evidentemente que no. Lo que no puede ser no puede ser, y además... el bipartidismo no lo permitiría. Pero sigámonos preguntando: si el producto político llegó, al mostrador electoral, con la fecha de caducidad ya pasada; si se expuso con algún defecto de fabricación, banalidad y populismo; si se vendió, en las rebajas de la sensatez, con resubidas de falsificación y sobreprecios de enmascaramiento... ¿nos queda, a la ciudadanía, algún reconfortante resquicio de defensa?
Traigo todo esto a colación, porque en estas fechas, con el inicio de las rebajas, las Oficinas Municipales de Información al Consumidor suelen ofrecer sus recomendaciones. Recomendaciones para que el consumidor no se vea engañado; consejos para que los gatos no pasen a devorar todas las liebres. [A modo de ejemplo].
No estaría de más que reflexionásemos por qué en la política se nos han birlado ciertas conquistas que, en otros ámbitos, nos parecen ya incuestionables. Dicho de otra forma: ¿está más protegida nuestra condición de consumidores que nuestra condición de ciudadanos? ¿Qué amparo nos corresponde como consumidores políticos, una vez que hemos realizado, en las urnas, nuestra compra respectiva? ¿Resulta viable, en el mercado político, algún certificado de garantías, algún derecho de devolución?
No deja de ser triste que tengamos más salvaguardadas nuestras facultades cuando compramos una simple camiseta (o un lavavajillas, un sofá, una cafetera...), que cuando elegimos a quienes van a representarnos durante cuatro años. Al elegir en las urnas, elegimos a quienes tomarán decisiones en nuestro nombre, y sus aciertos o desaciertos repercutirán en nuestra calidad de vida, e incluso acabarán decidiendo sobre nuestros derechos y libertades. Desde luego que no son detalles nimios; de ahí que sorprenda que haya ciudadanos que digan lavarse las manos con tanta ligereza; y digan no meterse en política; y digan (¡ay!) que ellos son "apolíticos". [Pobres. Qué falso placebo se tragaron. Qué dañino placebo quisieron algunos recetarles].
En 2004 tuve ocasión de defender una tesis doctoral que abordaba el servicio postventa de la política [esta modesta publicación recoge parte de la misma]. Allí se hablaba de servicios de atención al ciudadano (algunas administraciones adoptaron con posterioridad la denominación... aunque no siempre el contenido), y de otras cuantas cuestiones que no caben en este post, pero que guardan conexión con las recomendaciones que hoy siguen haciendo las asociaciones de consumidores. La diferencia es que en el escenario comercial son ya derechos a reivindicar, y en el escenario político... todavía siguen siendo ensoñaciones.
Y si son ensoñaciones no es porque haya condicionantes que no pueden extrapolarse de un mercado a otro. Por supuesto que existen particularidades no sujetas a extrapolación, pero ése no es el problema. El problema es que cierta política, cierta obsoleta política, renuncia a trabajar por aquello que, beneficiando a la democracia, pudiera menoscabar algo sus ególatras y egotistas intereses. Esa anacrónica política se conforma con una mercadotecnia política cuyos éxitos están probados: superficialidad, sesgo, maniqueísmo... y un obsceno derroche que, para financiarse, no ha hecho ascos a la corrupción. [Que el márketing político, en buena parte de casos, haya quedado circunscrito a eso, no será culpa del reseñado márketing; sino de los correspondientes políticos que hayan decidido encargar esas prácticas superficiales, sesgadas, maniqueas y onerosas. Al César lo que es del César... y al cambalache partidista, aquello que se merezca].
Lamentablemente, en la democracia española escasean los libros políticos de reclamaciones. Una vez que hemos acudido a votar, los partidos que encarnan la apolillada política tienden a desatender sus obligaciones, despreocupándose de la ciudadanía hasta los siguientes comicios. Entre elección y elección, languidecen las constantes vitales del Estado de Derecho. Los dos partidos mayoritarios, en su cortoplacista visión, acostumbran a juguetear con su habitual onanismo político; y los partidos nacionalistas, en su ombliguismo identitario, suelen continuar con su cansina deriva. Unos y otros, eso sí, ponen buen celo en acallar la voz de un partido como UPyD. Esa voz magenta les resulta incómoda, porque la causa justa les sigue pareciendo una auténtica anomalía.
Aunque nadie pueda devolverle el voto si usted queda insatisfecho, sí existe la posibilidad de una evaluación continua, racional y exigente a lo largo de la legislatura. Y sí existe la posibilidad de renunciar al panfletario sectarismo. Y sí existe, claro, la posibilidad de discernir entre la política democrática... y los trileros de la política.
Coda: Ya que recientemente ha presentado Luis de Velasco su última obra (No son sólo algunas manzanas podridas), convendrá también recordar un magnífico libro del que es coautor: La democracia plana. Los documentados análisis que iban sucediéndose en cada capítulo venían a constatar la existencia de un deteriorado sistema político. Evocamos hoy este título en relación a ese bajo perfil democrático en el que España sigue tropezando.