“La gente no es mala.
Simplemente, no ve”, nos cuenta aquel mendigo parisino al que se acercó Albert Camus en sus Carnets. Los apresurados peatones
circulaban por la calle sin reparar en ese indigente que solicitaba, al menos,
un mínimo de comprensión. Y ante esa indiferencia que se le brinda, nuestro
personaje expresa su reseñado pesar.
Clarifiquemos. Se puede ver
sin sentido de la vista; y puede que no estemos viendo aunque nos acompañe una inmensa agudeza visual. Por eso, el pasaje de Camus no alude a la ceguera
física. Alude a la voluntad (al
hecho de no querer ver) o alude al entumecimiento (al hecho de no poder ver, porque la falta de uso entumece la visión).
De todo ello se desprenden bastantes problemas que nos
envuelven. La invidencia empática, por así decir, acarrea no pocos trastornos éticos y cívicos. De ahí que reconforten las personas y disciplinas que nos hacen
mirar, para que luego veamos; y nos hacen ver, para que después pensemos.
Una determinada conversación, una determinada crítica, una determinada
experiencia, una determinada caricia, una determinada bronca, un determinado
abrazo… a veces nos hacen ver. Al igual que la docencia, y el periodismo, y la
publicidad, y la política, y la filosofía, y el derecho, y el arte, y la cultura, y tantas y tantas disciplinas que nos invitan a abrir los ojos, cuando se ejercen con profesionalidad.
Ya que acabamos de celebrar el Día del Libro, convendrá recordar lo evidente: la literatura, en sus muy distintos
géneros, forma parte de esos derroteros que nos ayudan a mirar con más
perspectiva y nos ayudan a ver con mayor profundidad.
Cuando el 23 de abril acudí a la Plaza Mayor (donde la fecha
reúne a las distintas librerías de la ciudad), en varios puestos me topé con el
último poemario de Benjamín Prado.
En Ya no es tarde encontramos versos
que enlazan con el tema que hoy nos ocupa (“el
que cierra los ojos / es cómplice del crimen que no ha querido ver”, `Cuestión
de principios´); y recordé también la que fue mi primera lectura de este autor
hace ya bastantes años.
Se trataba del ensayo titulado Siete maneras de decir manzana. En esa obra, Prado señala que “Un poeta eficaz no es el que nos habla de la luna”, sino el que consigue que “nunca más podamos mirarla como lo hacíamos
antes”. Y añade: “Un gran poema no es el
inventario de un tesoro, sino una forma de desenterrarlo”.
Eso es lo que aprecio de
quienes nos proponen mirar de otra manera… para ver de forma distinta. Eso es lo que aprecio de quienes
arrojan luz sobre aquello que de manera torticera estaba en la penumbra. Eso es
lo que aprecio de quienes no se conformaron con el interesado escaparate, y osaron
buscar en la trastienda.
Mi agradecimiento a esas
personas y esos ejercicios profesionales que logran ensancharnos la mirada;
que logran que veamos otras realidades; que logran suministrarnos otros ángulos;
que logran que percibamos algo… que
hasta entonces nos resultaba inadvertido.
twitter: @osanchezalonso