Sabido
es: no es lo mismo tener apéndice que
padecer apendicitis. Esa gráfica distinción la expuso hace años Julián Marías, para explicar que uno
puede pertenecer a una nación, sin que por ello tenga que ser nacionalista.
Décadas
después sigue siendo necesario realizar esas clarificaciones. El pasado domingo vi a un señor haciendo
una entrevista desde un sofá televisivo. Ese entrevistador pasó a
considerar “facha” el defender la igualdad de derechos y libertades de todos los
españoles. Los nacionalistas (y los que creyendo no serlo reproducen las mismas
milongas del nacionalismo) son muy rápidos enarbolando el espantajo del
“facherío” o considerando “nacionalistas españoles” a cualquiera que no esté
entre sus huestes.
A
la vista de toda esa educación para la identidad que por
tantos altavoces se difunde, quizá sería
higiénico contemplar algún apunte:
1. Defender la integridad de un Estado no
equivale a ser nacionalista. Algunos no queremos levantar fronteras; algunos
no deseamos que se fragmente la ciudadanía; algunos rechazamos esa pretensión
de convertir en extranjeros a nuestros conciudadanos; algunos pretendemos
salvaguardar y mejorar el Estado de Derecho, como mejor anclaje en el que poder
desenvolver nuestra ciudadanía. Guste más, guste menos, lo dicho nada tiene que
ver con las habituales ínfulas del nacionalismo.
2. El nacionalismo diseña una identidad
como hegemónica. El nacionalismo ensalza (y si tiene ocasión, impone) una
modelada identidad que erige en prioritaria. Por eso el franquismo era nacionalista: porque pretendía instaurar un modo de ser español. Un modo de ser a
la medida de las fantasmagorías franquistas. Es la misma lógica (la misma y triste lógica) que hoy siguen empleando
otros nacionalismos: instaurar un patrón
para ser catalán, para ser vasco, para ser… lo que corresponda.
3. El auténtico concepto de ciudadanía no
va circunscrito a lo identitario. El auténtico concepto de ciudadanía no
está subordinado a un condicionante de tipo étnico, cultural, religioso,
ideológico, racial… No. No se es
ciudadano de 1ª o de 2ª en función de ajustarse mucho, poco o nada al molde
predeterminado. No se es un buen
o mal ciudadano por el hecho de
cumplir con el pack que configuran los ingenieros de las esencias.
4. Las identidades que cada cual elija no
han de sumar ni restar a nuestra condición de ciudadanos. Esas identidades
deberán ser voluntarias, autónomas, opcionales. No impuestas. No asignadas.
Dicho de otra forma: las identidades no
son un salvoconducto para poder ser ciudadano; sino que somos ciudadanos, y
como opción individual y libre cada cual elegirá sumarse a las identidades que
desee.
Fernando Savater, el gran Fernando Savater, acaba de
publicar su último libro: una espléndida Defensa de la ciudadanía.
Ciertamente, hace mucha falta defender la idea de ciudadanía (tan sustancial al
ejercicio democrático), y distinguirla de esas abstracciones o entelequias tan al uso: “el pueblo”, “la calle”, “la costumbre”, “la tradición”, “los derechos históricos”, "los derechos de los territorios", etc, etc.
La ciudadanía son los
derechos, deberes y garantías que nos corresponden… a las personas. Y eso no está supeditado a ser nativo de ni creyente en. Ser ciudadano no depende de tener apellidos adscritos
a determinada raigambre, ni depende del color de piel, ni de la orientación
sexual, ni de la fe que se profese, ni del mayor o menor aprecio que se le
tenga al paisaje que te envuelve.
No nos dejemos embaucar
cuando el nacionalismo disfrace sus pretensiones en el amor
(el amor a la tierra, a la cultura, a la lengua… y todo el blablablá
correspondiente). Hace 30 años, y con la misma lucidez que en la actualidad,
Savater ya nos advertía: “Del
sentimiento de amor al propio terruño no se deriva forzosamente la ideología
nacionalista, del mismo que el incesto no es una consecuencia inevitable del
amor filial” (Contra las patrias, 1984).
Pues
eso. No es lo mismo el apéndice que
la apendicitis. No es lo mismo el amor filial que el incesto. No es lo mismo la ciudadanía
que la identidad. Y por supuesto (permítanme la primicia), no es lo
mismo escuchar a Oriol Junqueras…
que aprender con Savater.
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artículo publicado en Tribuna de Salamanca, 8-10-2014.