Suele pensarse (y muchas veces con razón) que cierta labor política está muy alejada de los temas que afectan a la sociedad. La obra Crisis y cambio de modelo económico, editada por la Fundación de UPyD, no se ajusta a esa premisa del distanciamiento o la desconexión. No parece, desde luego, que la crisis económica sea algo ajeno al ciudadano.
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Lo reseñable de esta Fundación, como del partido al que está adscrita es que no se han conformado con el análisis oportunista de aquello más inmediato. A modo de ejemplo. Con el desempleo y las dificultades económicas nos topamos a diario. Sus huellas son bien palpables, y se visualizan fácilmente en el escaparate mediático. Pero si esas derivas se recrudecen (y no parece que encuentren freno) se debe a que una crisis mucho mayor… se cuece también en la trastienda. La crisis política e institucional no es un convidado de piedra en todo esto. La crisis política e institucional es factor determinante en esa crisis económica que tanto desgarro causa.
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PSOE-PP, PP-PSOE llevan años optando por mirar al tendido. Sabido es que el Gobierno de Zapatero negó la crisis económica hasta la saciedad, empecinado en que votásemos en 2008 sin percatarnos del desaguisado. Pero para ser justos –convendrá añadir- tampoco al PP le había importado nada reparar sobre las goteras que el modelo económico ya presentaba cuando ellos estaban en el Poder. Y prueba constatable del cortoplacismo que ha venido caracterizando a las dos fuerzas mayoritarias es su hacer con el modelo territorial: germen no menor dentro de esa crisis política-institucional que agrava la reseñada crisis económica. [Ya El coste del Estado autonómico –obra también editada por la Fundación Progreso y Democracia- supo mostrarnos todas esas duplicidades, redundancias y excesos que otros habían preferido desconocer].
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El ombliguismo de los dos mayoritarios les ha impedido encarar la realidad. El problema no es que a veces no supieran o que a veces se equivocaran (ambas cuestiones son muy humanas, y nadie escapa en algún momento a ese destino). Lo más triste es que en muchas ocasiones, decidieron hacer oídos sordos a esa realidad… porque les resultaba provechoso. Decidieron mirar para otro lado, porque esa práctica escapista resultaba más propicia a sus intereses de partido.
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Nuestro entrañable bipartidismo casi siempre prefirió pasar por alto aquellos temas que resultaban espinosos (que les resultaban espinosos a ellos… logrando así que tales grietas acabasen siendo mucho más incómodas para el conjunto de la ciudadanía). Los intereses partidistas se sobrepusieron al interés general; y esas secuelas están, hoy, encima de todos los tapetes.
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Por acabar. El socavón político-económico que nos asola no ha sido cosa de inepcia. Los dos partidazos, antes que incapaces o equivocados, optaron por una interesada irresponsabilidad. Irresponsables por interés, e irresponsables con recíproca complicidad. Negar la realidad es una tentación bastante habitual en la clase política hegemónica (práctica tan habitual como enajenada; y tan enajenada como suicida). Los problemas no se solventan por ignorarlos. Es obvio. Pero esa obviedad no la han tenido muy clara los dos partidos mayoritarios. Ellos vinieron a ganar elecciones, y esa parece ser su máxima (a veces única) preocupación. Ya es triste.