El fanatismo presenta múltiples ropajes: políticos, religiosos, identitarios, etnicistas… o de cualquier otra naturaleza. Podría emanar de todo tipo de proclamas (atroces y asesinas, o incluso sensatas y cabales), puesto que el desbarre fundamentalista no siempre reside en las convicciones defendidas; y sí en las prácticas adoptadas para defenderlas.
Ese ogro está vivo y
coleando. Colea para matar, para envilecer, para reprimir. Colea para
aterrorizar. Los atentados de París vuelven
a recordarnos la descomunal excrecencia del fanatismo. Y conviene no
olvidarlo: la deriva integrista (en nombre de lo que sea) ni está circunscrita
al pasado, ni obligatoriamente pilla lejos, ni es patrimonio en exclusividad de
los terroristas.
Un ejemplo que corroboraría esto último. Este verano se publicó que una joven había muerto ahogada, porque su padre no permitió que los socorristas llegaran a tocarla. Ese padre no era terrorista (ninguna información apuntaba en ese sentido) y supongo que ese padre querría mucho a su hija. Pero lo cierto es que quiso más a su doctrina; y prefirió verla morir antes de que viviese con lo que él habría considerado una inasumible mácula. El balance parece claro: la chica falleció ahogada, mientras que el fanatismo, en pleno 2015, evidenciaba seguir tan a flote.
Un ejemplo que corroboraría esto último. Este verano se publicó que una joven había muerto ahogada, porque su padre no permitió que los socorristas llegaran a tocarla. Ese padre no era terrorista (ninguna información apuntaba en ese sentido) y supongo que ese padre querría mucho a su hija. Pero lo cierto es que quiso más a su doctrina; y prefirió verla morir antes de que viviese con lo que él habría considerado una inasumible mácula. El balance parece claro: la chica falleció ahogada, mientras que el fanatismo, en pleno 2015, evidenciaba seguir tan a flote.
La nómina de fanáticos, pues, es bastante abarcadora. Fernando Sávater
lleva décadas combatiendo el fanatismo. Su penúltimo ensayo lo aborda de
manera expresa, adentrándose para ello en un pensador que fue también paladín
de ese combate. De ahí Voltaire contra los fanáticos (Ariel,
2015).
La divisa del fanático vendría a ser “piensa como
yo, o muere”, “cree lo que yo creo, o te haré todo el daño que pueda”, “asume
lo que yo te digo, o perecerás”. Planteamientos parejos (en distintos grados, pero similar esencia) son más
habituales de lo que resultaría reconfortante. Por eso el fanatismo no es
un mero recuerdo histórico. Está vigente en la actualidad, y a veces lo
encontramos bien cerca: al otro lado de la esquina, incluso, de nuestro propio
carácter.
Lo decisivo del fanático no es tener una creencia que
defiende con fervor. Lo definitorio
del fanático es considerar que su creencia ha de ser una obligación para los
demás. El fanático buscará imponer su credo, convencido de estar haciendo
no sólo una gran labor, sino la única labor que debe hacerse.
“Si la
persona humanista y civilizada pide las cosas por favor”, el fanático “las
exige por pavor”, sintetiza Savater. Es así de triste. Y es así de constatable. El fanatismo,
como el cartero de la película, suele llamar dos veces. La primera para
embaucarte; y la segunda, si lo hubieras desoído, para silenciarte o terminar
contigo.
“La única arma que existe contra este monstruo es la razón.
La única manera de impedir a los hombres ser absurdos y malvados es ilustrarles.
Para hacer execrable el fanatismo no hay más que pintarlo”, escribió Voltaire.
Ciertamente, desenmascarar la fanática
vileza es prioritario. Y para ello, estimular
el ejercicio racional se convierte en requisito imprescindible.
Apuesta Savater por una razón “atrevida” (para desligarse de
tutelas acríticamente aceptadas) y “modesta” (para acatar los límites que a
todos nos envuelven). Desde luego, conoce Savater de lo que escribe, y practica
de lo que habla. Con arrojo, pero
también con humildad, Savater nunca se esconde. En su encomiable
trayectoria ha sabido estar al frente: sin escondites ni disimulos, y asumiendo
severos riesgos, mientras otros se ponían de perfil.
El coraje democrático y la valentía cívica de Savater, junto
a su tono desenfadado, ameno y divulgador, configuran algo más que una forma de
escribir: es un estilo de vida. El mejor
antídoto frente a cualquier empeño fanatizador.
El parisino Voltaire fue (y es) un referente contra el
fanatismo. Tarea que no
está acabada, y cabe temer que nunca se acabará por completo. Por eso
corresponde seguir librando esa batalla. En ese cometido siempre nos ayudará un
ejemplar defensor de la ciudadanía: un donostiarra universal que se llama Fernando Savater.
twitter: @osanchezalonso
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artículo también publicado en ¿HAY DERECHO? (blog sobre actualidad jurídica y política), el 15-11-2015.