Permanecía atado sin necesidad. Habría podido soltarse, puesto que de hecho era más fuerte que la sujeción. Pero sin embargo, lo que son las cosas, se había empeñado en hacer insalvable la atadura. Así le ocurre a "El elefante encadenado". Relato que podría brindarnos lecturas extrapolables a la política y, más en concreto, a la democracia en España.
Situémonos en el legendario mundo del circo. Cuando el elefante acaba en la pista su número, se ve atado a una pequeña estaca. Llama eso la atención: ¿por qué un animal tan poderoso como el elefante puede ser amarrado por una insignificante estaca?
La hipótesis de que el elefante no escapa porque está amaestrado encuentra sus limitaciones (si estuviese adiestrado... no haría falta entonces atarle). De modo que toca buscar otra explicación. El elefante, de pequeño, había tratado de liberarse. Había probado de múltiples formas, y siempre había fracasado. En aquel momento carecía de fortaleza suficiente. Había acabado rindiéndose. Aceptó como imposibilidad lo que tan sólo era una dificultad pasajera, y esa claudicación fue la que le mantuvo atenazado de mayor. Llevaba grabada en su memoria la renuncia.
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Pienso en este relato cuando reparo sobre algunas de las insuficiencias que afectan a nuestro sistema democrático: desde la ley electoral (que ha roto con el sagrado principio de que el voto de cada ciudadano ha de valer lo mismo... vote donde vote y vote a quien vote), hasta la mejorable independencia del poder judicial (las cuotas partidistas del CGPJ ilustran cómo los partidos mayoritarios no han dudado en entrar como paquidermo en cristalería).En éstas y otras insuficiencias democráticas, el bipartidismo no ha querido encontrar solución a las lagunas. Esos vicios democráticos acaban resultando ventajosos para fuerzas como PSOE y PP, a pesar de que a cambio tengan que pagar no pocos peajes al nacionalismo. Esta lógica ha anclado el impasse que padecemos. PSOE/PP siguen haciendo su inacción, a la sombra del hoy por ti, mañana por mí.
Ambas formaciones son tremendamente conservadoras de ese statu quo que les ha reportado privilegios. En ésas estamos. En ésas venimos estando desde hace años. Una parte de la ciudadanía, como el elefante de la fábula, ha acabado aceptando que esos lastres democráticos han de ser obligatorios. Ha adoptado el mismo carácter acomodaticio y conformista que caracteriza a PSOE y PP, a PP y PSOE (tanto da, que da lo mismo; porque alternancia serán... mas en modo alguno alternativa).
A finales de este mes se cumplen tres años de un nacimiento. El 29 de septiembre de 2007 se presentaba oficialmente Unión Progreso y Democracia (UPyD). Muchos auguraron su inmediato fracaso. Muchos vaticinaron su inminente disolución. Muchos pronosticaron su temprano derrumbe. Bien. Para sorpresa de listos y nigromantes... Aquí estamos. Aquí seguimos.
UPyD fue tratado con indiferencia, desprecio o burla en ciertos círculos mediáticos y financieros. Aquéllos ningunearon su mensaje regenerador; y éstos le privaron de cualquier crédito monetario. A pesar de éstas y otras múltiples trabas, a día de hoy, UPyD es el único partido capaz de defender el mismo discurso en cualquier autonomía (apartándose así de los acostumbrados clientelismos y las tópicas baronías que tanto abundan por otros lares); y a día de hoy, la situación económica de UPyD es rara avis en la política española, por la transparencia y saneamiento de sus cuenta.
UPyD prosigue en su batalla por una regeneración democrática que se vuelve cada vez más imprescindible. Nació para no embadurnar la causa justa. Nació para no callar ni ante los unos ni ante los otros.
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Aunque existen votantes que han optado (o se han dejado llevar) por la apatía y el adocenamiento; por fortuna también existe otra ciudadanía que presenta un perfil bien distinto. Una ciudadanía que se resiste al infantilismo en que algunos quisieran encerrarla. Una ciudadanía que apuesta por romper grimosas y sectarias ataduras. Una ciudadanía que se ve con fortaleza como para intentar desprenderse de torticeras estacas.
Algunos nudos (especialmente los de la cabeza) dificultan echar a caminar. A diferencia de lo que le ocurría al elefante del cuento, existe ciudadanía que lleva en su memoria grabado el nuncaestarde.
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