"El problema que Díez quizá tenga que afrontar pronto, como Clegg, es el de demostrar que es tan distinta como quieren creer quienes apuestan por ella", escribía Ignacio Camacho en los arranques de la campaña británica.
Pues bien, ciertamente, algunos sí creemos que existe esa distinción. Y para demostrar que tal creencia no es un mero acto de fe, ofrezcamos algunas pistas sobre por qué el proyecto de UPyD puede -con nitidez- distinguirse del resto de la oferta política. El listado exhaustivo de puntos no cabría en un artículo de naturaleza periodística, pero me conformaré hoy con ir esbozando algunas pistas, a las que se dará continuidad más adelante.
UPyD abandera, desde su nacimiento, "lo que nos une". Algo que diferencia a este partido respecto al paisaje político hegemónico. Un paisaje en el que la tabarra diferencial marca la pauta, y las murgas identitarias (revestidas de nacionalismo, regionalismo, localismo) son el abc de la política al uso. Ya sólo esto serviría para distinguir a UPyD frente a todos los partidos etnicistas que por ahí abundan, pero también, ya sólo este rasgo permitiría distinguir a UPyD de un PSOE y un PP que dejaron hace tiempo de ser nacionales.
Las obsesiones electoralistas hacen que los dos partidos mayoritarios vayan cambiando en cada sitio su discurso... en función de cuál sea el electorado al que se dirigen. Y a todo ello suele sumarse la presencia de los respectivos barones: esos asombrosos próceres de la territorialidad, ante los cuales, las cúpulas centrales de los partidos eluden dejarse algún pelito en la gatera. Prefieren dejar hacer, antes que asumir un supuesto coste electoral. Y sus cuentas (las de los votos en clave partidista, no las de la macro y microeconomía), hasta ahora les han venido saliendo. Con esas miras, la demagogia y el ombliguismo del terruño han ido retroalimentando unas dinámicas que no conocen fácil freno.
En las elecciones generales de 2008, además del tiempo récord en que reunió candidaturas para todas las circunscripciones, UPyD fue el único partido que concurrió en toda España bajo las mismas siglas. De ahí se desprendía una premisa que ha seguido sosteniéndose: la defensa del mismo discurso para el conjunto de la soberanía. Un mismo discurso, con independencia de que resultase más o menos simpático defenderlo en un lugar u otro; y con independencia, pues, del rédito electoral que supusiese reafirmarlo aquí o allí. Se evitaba de esta forma la tentación (perversa y dañina tentación) de subordinar el interés general a cada uno de los intereses particularistas.
Si lo dicho es un rasgo caracterizador de UPyD, no puede decirse lo mismo respecto a PSOE y PP. Dos ejemplos recientes: (a) la actitud que el PSOE de Zapatero viene manteniendo frente al PSC de Montilla; (b) la actitud que el PP de Rajoy mantiene ante el PP de Camps.
Montilla, día a día, hace sus esfuerzos para rivalizar en nacionalismo con CiU y con ERC. Mientras asegura no querer "presionar" al Constitucional, anda con sus misivas a entidades y ayuntamientos de Cataluña, para que se sumen a su reivindicación de que el TC se declare incompetente a la hora de sentenciar sobre el Estatut. Ante este tipo de ademanes (que ya no suponen sorpresa en el PSC), llama la atención que el PSOE -con todas sus siglas- asienta, trague y justifique.
Y por lo que a PP se refiere, más de lo mismo, y fenómenos parejos. Cómo no recordar, por no ir más lejos, esa lección que Rajoy ha sabido brindar el pasado día 6. El pobre, tan rehén del PP valenciano, llega al sonrojo de apostar por Camps... con independencia de lo que pueda decir la justicia. Ole, ole. Se ve que el código ético del partido, sobre el que tanto hablaron, vuelve a precisar alguna enmienda.
Ayssssss. No es ya sólo que los dos grandes partidos hayan perdido el más mínimo sentido de Estado. Es que han renunciado a buscarlo. Insistentes y tozudos, se empeñan a diario en demostrarlo. [continuará]