martes, 10 de noviembre de 2009

Dictadorzotes y dictadorcitos

Pueden establecerse matices entre regímenes totalitarios y regímenes autoritarios. Por supuesto. Pero no es ese tema el que ahora me ocupa. Tan sólo pretendo aludir a quienes vislumbran dictadorzotes malos y dictadorcitos simpáticos. Uno sospecha que esos señores del rigor y la tibieza no querrían irse a vivir ni con los primeros ni con los segundos... Pero claro, pregonar desde la distancia (en kilómetros o en años) posibilita algunas ligerezas.

Como es obvio, la distinción no se sustenta en otra cosa que no sea el sesgo maniqueo del riguroso. Así, los tiranos que caen bien al susodicho acaban por ser tratados con la normalidad con que se trataría a cualquier dirigente de corte democrático; e incluso, en un paso más de complicidad, se asumen los mismos vocablos insanos y tramposos que la dictadura en cuestión predica.

Todas esas prácticas contribuyen a disuadirnos de la auténtica naturaleza de los autócratas. Nos apartan de lo que son: calaña liberticida y asesina, infección coactiva y sanguinaria. Ésa es la categoría. A partir de ahí, como anécdota, aparentarán enarbolar una u otra ideología, como simularán moverse por una u otra causa. Da igual. Se envuelvan en los ropajes que se envuelvan, la putrefacción es su verdadera hoja de servicios; el único currículum que no debiera ahuyentarse del mensaje.

En esa labor de desenmascaramiento, es de agradecer el post que ayer editaba Arcadi Espada en su blog El Mundo por dentro y por fuera. A raíz del aniversario berlinés, Espada reparaba sobre dos páginas de El País dedicadas a la vida familiar y lectora de Fidel Castro. Nos invitaba a que sustituyésemos el nombre de Castro por el de Pinochet… ¡a ver qué pasa!

En ese camino, sirva también como ejemplo el vídeo que se adjunta. Se trata del informativo de madrugada en Tele 5 (21-10-04), en el que se recoge aquella aparatosa caída que tuvo el mandamás cubano. El titular que aparece en el sumario es el siguiente: “Cae Fidel, la revolución sigue”.
¡Fantástico! Prueben ahora a imaginar que quien hubiera tropezado fuese un cabecilla de Eta. Un suponer: “Cae Txapote, la revolución sigue”. ¿Qué les parece? ¿Es que acaso no considera Eta que su asesino proyecto es de lo más revolucionario?

Pues sigan poniendo ejemplos. Supongamos ahora que los del tropiezo son Hitler o Stalin, Pol Pot o Videla, Mussolini o Mao, Kim Jong-Il o Franco, Ceaucescu o Salazar, Massera o Honecker, Ahmadineyad o Hugo Chávez… Todos ellos pretendieron y pretenden revolucionar muchas cosas: sobre todo, insignificancias como los derechos y libertades de quienes les tocó y les toca sufrirlos. Si se estuviese informando de un accidental traspiés que tuvieran, ¿alguien osaría añadir que, a pesar del tropezón, sus respectivas revoluciones prosiguen?
Me gustaría pensar que no, en tanto que, para definir a esos personajes y regímenes, se me ocurren términos más justos y precisos que los revolucionarios. Me gustaría pensar que no, pero no deja de sorprenderme el esfuerzo de algunos (unos u otros) por tender puentes edulcorados hacia las autocracias que les resultan, al parecer... cordiales, amables y divertidas.
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